La verdad como compromiso político.

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Col. Rheault
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La verdad como compromiso político.

Mensaje por Col. Rheault »

En 1978, en una entrevista -que después de concederla se negó a publicar aduciendo «el carácter excesivamente personal del texto y el posible efecto desmovilizador que su lectura podría provocar entre las gentes de izquierda»- se expresaba con brutal claridad: «Mi conclusión en los años 66-68 es que el intelectual es todo lo contrario: un payaso siniestro, un parásito por definición que en cada una de sus payasadas no está haciendo más que asegurar el dominio de la clase dominante, sea esta clase la burguesía de aquí o sea la burguesía burocrática de un país como la Unión mal llamada “soviética”. Para mí el intelectual es el personaje más siniestro de nuestra cultura. Pero no el intelectual al que Aranguren estaría dispuesto a criticar, es decir, el físico nuclear. No. A mí el intelectual que me parece más siniestro es el supuestamente crítico, el que con su crítica está constantemente desarmando a la clase oprimida, a la clase explotada, el intelectual que somos los profesores de filosofía. Ésta fue otra razón de inhibición. Yo llegué a la convicción de que incluso el teórico marxista, el intelectual de tipo tradicional […] es un grupo parasitario de la clase explotadora y que su lucha crítica es simplemente el permanente intento de reservarse un trozo parasitario de plusvalía para él»8.

Al leer esas consideraciones quizá algunos se acuerden de otras parecidas de un compañero de generación, y amigo de juventud, Sánchez Ferlosio, en un célebre artículo publicado en El País «La cultura, ese invento del gobierno»: «Los llamados intelectuales, teniendo precisamente por gaje del oficio el de no respetar nada ni a nadie, no pueden sentir respeto alguno hacia sí mismos (…). Nunca nadie recurre a los llamados intelectuales tomándolos en serio, como sólo demostraría el que los reclamase, no para pasear sus meros nombres remuneradamente, sino para pedirles alguna prestación anónima y gratuita (…). Mas no se quiere, no se necesita su posible utilidad valga lo que valiere -ésta, acaso, hasta estorba-, sino la decorativa nulidad de sus famas y sus firmas. Es como para sospechar si no habrá alguna especie de instinto subliminal que incita a reducir a los intelectuales a la condición de borrachines de cóctel, borrachines honoríficos de consumición pagada, para dar lustre a los actos con el hueco sonido de sus nombres, a fin de que se cumpla enteramente la clarividente profecía del chotis: “En Chicote un agasajo postinero / con la crema de la intelectualidad”».

El artículo de Sánchez Ferlosio se publicó en 1984, seis años después de la entrevista de Sacristán, inédita en ese momento, y en la que, dicho sea de paso, Sacristán reconocía su admiración y querencia por el autor de Alfanhuí, novela que había reseñado a poco de publicarse. Lo hacía con unas palabras que quizá ayuden a entender parcialmente su mencionada apelación al «carácter demasiado personal» como razón para desautorizar la publicación de la entrevista9: «había intelectuales a los que ya mucho antes que a mí les había pasado lo mismo: la inhibición. Sobre todo, a uno al que yo quiero mucho, y con el que tengo una gran afinidad y fijación erótica, aparte de que he aprendido mucho de él: Rafael Sánchez Ferlosio».10 Sea cual sea la explicación última, parecen fuera de toda duda las coincidencias entre los dos amigos al valorar al gremio. También existen no pocos paralelos en sus trayectorias biográficas, en un afán de verdad que, por solitario, por no encontrar el cobijo propicio de las comunidades académicas o políticas, reclamaba coraje y anhelo de autenticidad.

https://www.revistadelibros.com/la-verd ... -politico/
"Demand me nothing; what you know, you know: / From this time forth I never will speak word"
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