Anarco-capitalismo y otros ismos.
Publicado: 05 Oct 2021 21:57
El protagonista de la civilización europea es el individuo, del que Kant afirma que es un fin y nunca un medio...
Hay además una forma exquisitamente europea de concebir la relación entre el individuo y la sociedad (es decir, los demás). Desde Aristóteles, se concibe al individuo como «zoon politikòn», animal político; ciudadano de la polis, de la comunidad, que existe en relación con los demás, a diferencia de la concepción anarco-capitalista-ultra tan recalcada en los últimos años por el pensamiento único dominante hoy en día. Ser animal político significa rechazar toda nivelación colectiva pero sentir que se vive en la relación con los demás; significa saber que la calidad de nuestra vida incluye la de quien vive a nuestro alrededor, del mundo en que vivimos; significa sentirse partícipe de un destino común. No se trata de buenos sentimientos caritativos, sino del sentido concretamente humano del propio ser, que se extiende más allá de nuestra inmediata persona.
Los Estados europeos fueron los primeros en violar estos principios proclamados por ellos mismos
De Mann a Eliot, de Croce a Hazard, de Chabod a De Rougemont, pasando por Ortega y Gasset y tantos otros, la cultura europea se ha considerado una unidad abigarrada, una raíz común de tantas diferencias, como las que Brunetière, en su Littérature Européenne de 1900, consideraba un terreno común subyacente a las diferentes temperaturas nacionales. Mazzini, en su ensayo D’una letteratura europea (1829), recordaba las palabras de Goethe sobre una literatura europea que ningún pueblo podría considerar exclusivamente suya, sino una literatura a cuya fundación contribuirían todos los pueblos.
Hoy en día, muchos peligros amenazan a esta simbiosis de unidad y variedad que caracteriza a Europa. Ya en su ensayo Philologie der Weltliteratur (1952), Auerbach señalaba el peligro de una estandarización planetaria que borrase las particularidades, estandarización incrementada hoy por la globalización y por el imperio de los medios de comunicación de masas. Si esto ciertamente supone un peligro, existe también otro, complementario y contrario, y quizá incluso más insidioso: la fiebre de las identidades, los regresivos micronacionalismos que anhelan una identidad pura y cerrada en sí misma, endogámica y mortal.
A la liberatoria caída de los muros ideológicos le siguieron otros muros, étnicos, igual de nefastos. La diversidad es un valor que hay que defender, pero en el sentido de pertenencia a una identidad más grande, al igual que Dante decía que había aprendido a amar con todo su corazón a Florencia bebiendo el agua del Arno, que le había hecho comprender y sentir que nuestra patria es el mundo, de la misma manera que el mar lo es para los peces.
A la liberatoria caída de los muros ideológicos le siguieron otros muros, étnicos, igual de nefastos
Hoy en día, Europa está cambiando profundamente. Muchos de sus nuevos ciudadanos provienen de países y tradiciones culturales diversos, en un proceso ciertamente no carente de dificultades y que en el futuro podría asumir proporciones dramáticas e insostenibles. Pero es un enriquecimiento que continúa con la tradición europea de apertura, de integración, de identidad que se transforma con el paso del tiempo sin desnaturalizarse. En la Europa de hoy, los pueblos y las civilizaciones se encuentran y se mezclan, y las visiones religiosas, políticas y sociales viven lado a lado, en un politeísmo de valores.
Es necesario elaborar una cultura, observa Todorov, capaz de conciliar el relativismo ético -el diálogo paritario con las demás culturas y diversidades- con una cierta cantidad de irrenunciable universalismo ético, con la fe en unos pocos valores no negociables e indiscutibles, fundamento de toda humanidad y sociedad civil; como por ejemplo -pero se trata sólo de un ejemplo-, la igualdad de derechos independientemente de la identidad étnica, religiosa o sexual. Las leyes de los dioses de Antígona, unos pocos irrenunciables principios, pueden también no estar escritas, como se dice en la tragedia de Sófocles, pero son imborrables.
Claudio Magris
Discurso tras recibir el Premio Cuco Cerecedo el 10 de noviembre de 2016
https://www.ersilias.com/discursos-de-claudio-magris/
Hay además una forma exquisitamente europea de concebir la relación entre el individuo y la sociedad (es decir, los demás). Desde Aristóteles, se concibe al individuo como «zoon politikòn», animal político; ciudadano de la polis, de la comunidad, que existe en relación con los demás, a diferencia de la concepción anarco-capitalista-ultra tan recalcada en los últimos años por el pensamiento único dominante hoy en día. Ser animal político significa rechazar toda nivelación colectiva pero sentir que se vive en la relación con los demás; significa saber que la calidad de nuestra vida incluye la de quien vive a nuestro alrededor, del mundo en que vivimos; significa sentirse partícipe de un destino común. No se trata de buenos sentimientos caritativos, sino del sentido concretamente humano del propio ser, que se extiende más allá de nuestra inmediata persona.
Los Estados europeos fueron los primeros en violar estos principios proclamados por ellos mismos
De Mann a Eliot, de Croce a Hazard, de Chabod a De Rougemont, pasando por Ortega y Gasset y tantos otros, la cultura europea se ha considerado una unidad abigarrada, una raíz común de tantas diferencias, como las que Brunetière, en su Littérature Européenne de 1900, consideraba un terreno común subyacente a las diferentes temperaturas nacionales. Mazzini, en su ensayo D’una letteratura europea (1829), recordaba las palabras de Goethe sobre una literatura europea que ningún pueblo podría considerar exclusivamente suya, sino una literatura a cuya fundación contribuirían todos los pueblos.
Hoy en día, muchos peligros amenazan a esta simbiosis de unidad y variedad que caracteriza a Europa. Ya en su ensayo Philologie der Weltliteratur (1952), Auerbach señalaba el peligro de una estandarización planetaria que borrase las particularidades, estandarización incrementada hoy por la globalización y por el imperio de los medios de comunicación de masas. Si esto ciertamente supone un peligro, existe también otro, complementario y contrario, y quizá incluso más insidioso: la fiebre de las identidades, los regresivos micronacionalismos que anhelan una identidad pura y cerrada en sí misma, endogámica y mortal.
A la liberatoria caída de los muros ideológicos le siguieron otros muros, étnicos, igual de nefastos. La diversidad es un valor que hay que defender, pero en el sentido de pertenencia a una identidad más grande, al igual que Dante decía que había aprendido a amar con todo su corazón a Florencia bebiendo el agua del Arno, que le había hecho comprender y sentir que nuestra patria es el mundo, de la misma manera que el mar lo es para los peces.
A la liberatoria caída de los muros ideológicos le siguieron otros muros, étnicos, igual de nefastos
Hoy en día, Europa está cambiando profundamente. Muchos de sus nuevos ciudadanos provienen de países y tradiciones culturales diversos, en un proceso ciertamente no carente de dificultades y que en el futuro podría asumir proporciones dramáticas e insostenibles. Pero es un enriquecimiento que continúa con la tradición europea de apertura, de integración, de identidad que se transforma con el paso del tiempo sin desnaturalizarse. En la Europa de hoy, los pueblos y las civilizaciones se encuentran y se mezclan, y las visiones religiosas, políticas y sociales viven lado a lado, en un politeísmo de valores.
Es necesario elaborar una cultura, observa Todorov, capaz de conciliar el relativismo ético -el diálogo paritario con las demás culturas y diversidades- con una cierta cantidad de irrenunciable universalismo ético, con la fe en unos pocos valores no negociables e indiscutibles, fundamento de toda humanidad y sociedad civil; como por ejemplo -pero se trata sólo de un ejemplo-, la igualdad de derechos independientemente de la identidad étnica, religiosa o sexual. Las leyes de los dioses de Antígona, unos pocos irrenunciables principios, pueden también no estar escritas, como se dice en la tragedia de Sófocles, pero son imborrables.
Claudio Magris
Discurso tras recibir el Premio Cuco Cerecedo el 10 de noviembre de 2016
https://www.ersilias.com/discursos-de-claudio-magris/