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"Caroline Fourest: "La izquierda identitaria se ha convertido en una policía del pensamiento" ", de Vanessa Graell
"Caroline Fourest, una de las voces más lúcidas y críticas de la intelectualidad francesa, denuncia la dictadura de lo políticamente correcto en el manifiesto 'Generación ofendida'.
La universidad de Ottawa impartía clases de yoga para estudiantes discapacitados. Eran gratuitas. Pero en 2015 se cancelaron: un grupo de alumnos consideró que se estaban apropiando de una práctica india; no de sus nativos americanos sino de la India y de su pueblo, que había sufrido «la opresión y el genocidio cultural por culpa del colonialismo y la supremacía cultural». Los estudiantes boicotearon esas clases de yoga por conciencia política, era su particular «reparación cultural». Podría haber sido una anécdota, un caso aislado del que se hicieron eco algunos medios canadienses como noticia curiosa del día. Pero en 2019, esta vez en Ontario, se produjo una escena mucho más terrorífica: «una hoguera de purificación» o la quema de libros en el patio de una escuela. Cómics de Tintín, Lucky Luke o Astérix, enciclopedias y novelas juveniles..., una lista de hasta 150 títulos que perpetuaban los estereotipos y el racismo hacia los indígenas según la asociación católica Providence, que decretó la retirada de casi 5.000 libros de las bibliotecas de 30 colegios. El caso trascendió la semana pasada y se saldó con la dimisión de Suzy Kies, miembro de la comisión Providence y copresidenta de la Comisión Aborigen del Partido Liberal, la formación del presidente Justin Trudeau. Pero Kies, autoproclamada como «la guardiana del saber», no dimitió por organizar esa pira de libros al estilo de la Alemania nazi o de la distópica Farenheit 451: renunció a su cargo tras desvelarse que no tenía raíces indígenas. ¿Dónde están los límites?¿Cuándo una reparación cultural se convierte en un acto de censura?¿Quiénes ejercen hoy esa censura del pensamiento?
«Cuando hace unos años alertábamos de que estábamos ante una locura depuradora y purificadora que tenía que ces ar, nos tomaban por locos. El wokismo, esta moda que viene de Estados Unidos y que consiste en hacer justicia, o más bien en ser justiciero, y velar por una forma pura de antirracismo está llegando a su paroxismo. El ejemplo de Ontario es el culmen de toda esta ideología. Espero que haga despertar a la gente», lamentaCaroline Fourest, una de las voces más lúcidas y críticas de la intelectualidad francesa. Tras ser un best seller en Francia y Alemania, su ensayo Generación ofendida. De la policía cultural a la policía del pensamiento (Península) acaba de publicarse en España. En este breve y necesario volumen alerta de la dictadura de lo políticamente correcto en sus múltiples formas, desde la cultura de la cancelación hasta el antirracismo, el islamismo sectario o el feminismo más radical.
Prácticamente cada semana aparecen nuevos casos de ofensa. Ya no son solo las caricaturas de Mahoma en Francia o Dinamarca que ponen en pie de guerra al fundamentalismo islámico, sino microofensas que a menudo rozan lo ridículo. Marcas como Zara han tenido que dar explicaciones (e incluso retirar) prendas de inspiración mexicana o sudafricana. Celebrities y estrellas como Kim Kardashian, Pharrell Williams, Lana del Rey o Rihanna han sido blanco de una jauría digital que las ha lapidado por lucir trenzas africanas, tocados indígenas en la portada de una revista o una estética latina: todo casos de indebida apropiación cultural. Katy Perry incluso entonó un mea culpa por una fotografía que colgó en Instagram en la que lucía unas trenzas rubias, más parecidas al peinado tradicional de Ucrania. Pero sus disculpas fueron para la comunidad afroamericana, ante la que admitió sus «privilegios de mujer blanca».
«Hay que poner palabras a lo que está pasando: es una censura y vamos hacia una sociedad pobre en la que los más violentes consiguen callar cualquier voz moderada o discordante. Antes, la censura venía de la derecha más conservadora. Ahora, es la izquierda quien la ejerce: una izquierda moralista e identitaria, que pone la defensa de las identidades raciales, religiosas o de género en primer plano», señala Fourest. Una denuncia que lanza desde la izquierda universalista y republicana, laica y feminista, la de Charlie Hebdo, donde trabajó durante años. Tras el trágico atentado de 2015 en la revista satírica publicó Elogio de la blasfemia, un alegato a favor de la libertad de expresión.
«En nombre del multiculturalismo se autorizan todos los excesos. El peligro viene cuando se permite que los miembros de una cultura o de una religión antepongan su fe y tradiciones al respeto de la igualdad», afirma Fourest, que durante un tiempo tuvo que llevar escolta policial por las amenazas de muerte del fundamentalismo islámico.
¿Qué ha sucedido para que en poco más de medio siglo, esa izquierda libertaria del mayo francés del 68, con su grito de prohibido prohibir, persiga y censure supuestos agravios que se enmarcan dentro de la libertad de expresión? «La izquierda identitaria se ha convertido en una policía del pensamiento y de la creación. Es una izquierda fascinada por la identidad política americana y ha importado categorías nacidas en un país que aún se debate con los fantasmas de la segregación: ha rehabilitado la palabra raza en Europa, lo que tiene terribles connotaciones. En Europa venimos de una historia de lucha contra el fascismo y el nazismo. Volver a usar la palabra raza es de una increíble torpeza para enfrentarse al antisemitismo o para defender el progresismo ante el fundamentalismo religioso... Ésta es una evolución decisiva para comprender el auge de la derecha populista: la derecha aparece como la gran defensora de la libertad y la izquierda buenista queda relegada a una posición de cobardía», analiza Fourest.
incluso Barack Obama ha advertido más de una vez de los excesos de la cancel culture, del peligro de radicalización de las juventudes progresistas, que son las suyas, las demócratas. «Obama encarnaba la esperanza del postracialismo, lo que nosotros en Europa llamamos universalismo: considerar a los seres humanos de forma individual, sin reducirlos a su color de piel, origen o religión. Pero está seriamente comprometido por esta nueva generación que sale de las más altas universidades de Estados Unidos, porque es ahí donde se forja la visión reduccionista de las identidades. El hecho de poner por delante su identidad étnica es un formidable acelerador de carreras. Jugar la carta identitaria o de víctima te permite tener un puesto en la universidad, hay mucho cinismo y oportunismo en el antirracismo», cuestiona Fourest.
Si en 2010 Stéphane Hassel publicaba el canónico manifiesto ¡Indignaos!, en 2020 Fourest acuñaba el concepto de generación ofendida. «Antes la juventud se manifestaba contra cualquier censura. Cuando la iglesia quería quemar a Madonna por el videoclip Like a Prayer, la gente salía en tromba a comprar sus discos. Hoy la boicotean, a ella o cualquier artista, por colgar una foto en Instagram que pueda ser sospechosa de apropiación cultural. Polemizan por nada, vociferan y se enfurecen contra celebridades por motivos grotescos», dice Fourest.
La plaza pública para el linchamiento de esta Inquisición moderna son las redes sociales: «Hay una manera de funcionar en manada. No solo se monopoliza la palabra sino que los trols y las jaurías 2.0 intimidan a aquellos que, a través de la creación, presentan un mundo más complejo. Resulta paradójico e inquietante que en el mundo virtual se incite al odio pero que en la vida real la libertad de expresión y pensamiento esté bajo vigilancia».
El fenómeno de corrección política llevada al extremo sumado al puritanismo americano también se extiende por Europa y ha dividido a la izquierda y a movimientos como el feminista. Uno de los ejemplos está aquí: la encarnizada polémica por la Ley de Transexualidad entre militantes LGTBI y feministas históricas, que tuvo su personificación en el seno del Gobierno, con Irene Montero a un lado y Carmen Calvo al otro. Se aprobó la ley, pero se abrió una brecha en el feminismo y la vicepresidenta Calvo acabó saliendo del Ejecutivo, desgastada también por la gestión de la pandemia. La falsa polémica trans se reproduce en otros muchos países. «Se crean divisiones completamente absurdas. Que una feminista ose decir la palabra mujer y se desencadene una ola de injuriase insultos... Ciertamente, es una minoría pero hay activistas más violentos con las feministas universalistas o los antirracistas que con los machistas o tránsfobos. La imagen que da del movimiento es un regalo para los antifeministas y la ultraderecha», lamenta Fourest. Todo ofende, hasta la sátira y Astérix. "
