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Joder al país para ganar las elecciones
Josep López de Lerma 07/11/2020 | 12:08
Cada país tiene el gobierno que se merece, principalmente si el gobierno es el resultado de un sistema electoral regido por el principio democrático y que reparte escaños por hectáreas y no de forma proporcional al voto emitido. Cataluña, sin sistema electoral propio desde 1979, que ya es decir, lo hace así: en votos gana una mayoría y por reparto de escaños sale otra diferente. A eso se le llama irracionalidad, que siendo cualidad de irracional da por resultado un absurdo, como bien dice el IEC.
Según la lógica aristotélica y aun la escolástica, se llega al juicio absurdo, es decir, contrario a la razón y al sentido común, cuando las premisas son falsas. Tenemos un gobierno deslegitimado en las urnas, pero legitimado por el Parlamento. Un ejecutivo - JxCat y ERC - que se ríe de todos nosotros, ciudadanos de Cataluña, dado que, como dice Antoni Puigverd, parece que tiene por única meta batir el récord mundial de incompetencia.
La ineptocracia, como califica este articulista al régimen independentista que sufrimos todos, incluidos sus respectivos votantes, da vida a los inmortales Gaziel, Josep Pla y Salvador Espriu devolviéndonos obras como "¿Qué clase de gente somos?", "Prosperidad y arrebato de Cataluña" o "El país moribundo", respectivamente, que parecen recién escritas. En estos tres grandes autores de la literatura catalana podemos encontrar condena de la agitación, del fariseísmo patriótico, de las quimeras, los sueños imposibles, los gobiernos ineptos ... y de las frustraciones que han creado a generaciones enteras de catalanes.
El cretinismo, sin embargo, sigue avanzando, mientras el país se ahoga lentamente en las miserias que él mismo ha creado. La basura cobra vida y se lo lleva a la incineradora. Ahora mismo, si exceptuamos al personaje central, Adolf Hitler, nos encontramos en una doble nueva noche de los cuchillos largos. Por una parte, el neoperonista Puigdemont queriendo poner de rodillas a su propio partido, el PDeCAT, hasta hacerlo desaparecer del mapa a mayor gloria suya. Su precedente es Francisco Franco: Una vez ganada la guerra y convertido en generalísimo, cogió el partido Falange de las JONS, y lo metió en su Movimiento Nacional y aquí paz y allá gloria. Los caudillos no quieren compañeros de viaje que piensen; quieren sumisos que vivan de él y mueran por él y con él.
Por la otra parte, la guerra por la presidencia de la Generalitat existente entre JxCat y ERC, que detiene y paraliza la gobernación del país. Un guerracivilismo sin precedentes que ha cogido a la anárquica pero servil CUP con el pie cambiado. Los tres grupos se encuentran integrados por gente bien del pueblo catalán que nunca ha pasado ni pasará hambre. Son los de siempre, se llamen liberales, de izquierdas o locos por un día. Hijos del señor Papá, nietos del señor Papá y padres de futuros señores Papá. Familias que meten al más tonto de los suyos a hacer política para seguir sobreviviendo por siglos de los siglos con el correspondiente amén final. Comepatrias que repiten el discurso del servicio al país mientras se lo reparten.
Ahora le toca a Lleida y a todo el Segrià. Plus de nervios porque ni Quim Torra (JxCat), ni Alba Vergés (ERC) saben qué hacer para tapar la desnudez del emperador. Madrid les ha dejado solos, quiero decir, con plenos poderes para hacer frente al nuevo despertar de la Covid-19, de tanto oírles esa tontería del secuestro competencial. La única decisión ha sido decretar de nuevo, pues ya lo había hecho hace semanas el Consejo de Ministros, que todos tenemos que llevar mascarilla cuando estemos en lugares públicos.
El asesor áulico del vicario general, que le ha hecho morcilla, el epidemiólogo Oriol Mitjà, ha dicho que los seis focos leridanos sólo se pueden apagar confinando a la gente. El riesgo de que se vaya extendiendo es tan alto como alto es el melasudismo de nuestros gobernantes respecto a nuestra salud. Las elecciones al Parlamento llaman a la puerta y no vendrá ni de un muerto, ni tampoco de un millar de muertos, para rescatar a los electores independentistas atenazados por la duda hameliniana. Está en disputa un plato de lentejas, nos dicen sin decirnoslo, y nos ruegan sin rogárnoslo que no les distraigamos con futilidades. Frank Zappa nos diría que «la estupidez tiene un cierto encanto que le falta a la ignorancia». El problema es que, en el caso del actual gobierno de la Generalitat, tanto se dan la estupidez como la ignorancia, y el de Baltimore nada dejó dicho para resolver un problema tan complejo.