Arte y Letras, Libros:
Por qué se teme al islam y cinco libros que lo demuestran
Publicado por Patricia Almarcegui
Los primeros cuatro versos del Al-Alaq. (DP)
Los asesinatos de Charlie Hebdo han puesto varias cosas en evidencia y una importantísima es que Occidente tiene miedo al islam. Fruto de siglos de una imagen negativa, el islam parece reunir todo lo que la política occidental no ha querido para sí misma. Como si la igualdad, la fraternidad y la solidaridad fueran conceptos de un país en concreto o de un punto cardinal, Occidente.
Por primera, de forma generalizada, han surgido multitud de voces en la prensa y las redes sociales denunciando la vinculación entre el terrorismo y el islam. Antes eran pocas, aunque muy sesudas, las firmas que lo argumentaban y su visibilidad era casi nula. Resultaba muy difícil encontrar plataformas para dejarse oír. Hablar del islam, que no del judaísmo, el budismo, el cristianismo, etc., ni de la profesión de la religión en general, provocaba en el otro una reacción tan negativa como irreflexiva. Ahí quedan como ejemplo las enormes dificultades (que no desinterés) por incluir asignaturas sobre pensamiento islámico, mundo árabe o persa (ambos se siguen relacionando solo con el islam) en los programas de las universidades españolas. O que se obvie el estudio del islam contemporáneo y se continúe trabajando sobre los mismos clichés del siglo XIX, como ocurre con algunas instituciones culturales europeas o que no se encuentre el espacio adecuado para homenajear en sus aniversarios a los intelectuales que han denunciado dicha relación, como ocurrió con la conmemoración de los diez años de la muerte de E. Said.
De nuevo, se ha vuelto sobre el manido libro de Huntington, El choque de las civilizaciones, y se ha asegurado que tenía razón, su profecía se ha hecho realidad. La tensión hegeliana de la historia no se manifestó en un choque de naciones, sino de civilizaciones, es decir, de religiones. Lástima que para defenderlo Huntington arguyera como argumento en la introducción que conocía bien a cada una de ellas, pues había ido varias veces a impartir conferencias en los países donde se profesaban. A pesar de esto y de que su discurso pertenecía al establishment del gobierno estadounidense (formaba parte del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca) acertó al centrarse en las civilizaciones o religiones. Posiblemente no existe un producto cultural más sofisticado que la religión. Y, mientras a la política, la historia, la antropología, etc. se le pueden pedir explicaciones a la cultura no, pues, ya se sabe, su ámbito pertenece a lo irracional.
Verdad es que, tras las llamadas revueltas árabes, algo comenzó a cambiar. Por decirlo de algún modo, «removieron» la geografía imaginativa de Oriente. En sus comienzos, obligaron a cuestionar algunas de las imágenes negativas, prejuicios y estereotipos acuñados del islam a lo largo de los siglos. Por primera vez, se desautorizaron los clichés orientalistas sobre la incapacidad de musulmanes de sostener un sistema democrático. Sin embargo, la llamada «primavera árabe» pareció oscurecerse y las incertidumbres respecto a la conclusión de su proceso en los países en los que tuvo lugar continúan vigentes. A pesar de ello, en cada uno, dejó la impronta de una movilización popular en la que los habitantes hicieron uso de su propia condición de ciudadanía. El futuro es incierto, pero el orden inamovible y férreo anterior se ha desmoronado.
En este contexto, habría que hacerse varias preguntas. ¿De dónde procede el miedo al islam? ¿Cómo se ha generado? ¿Cuántos siglos lleva heredándose? ¿Por qué se ha aceptado sin reproches ni cuestionamientos?
Respondiendo a estas preguntas sería posible «deconstruir» las imágenes negativas de dicha religión y clausurar el miedo que provoca. Conocer los mecanismos con los que se ha construido permitiría desvelar otras realidades, así como reflexionar y desmontarlo.
Para ello, hay que volver a una serie de libros de lectura obligatoria. Hora es de que tengan mayor visibilidad. Aprovechando el devenir de los últimos sucesos, la forma en que se está cuestionando que el islam no tiene que ver con el terrorismo y la irrupción de las revueltas árabes, merece la pena que sean recordados. Parece que está surgiendo otra receptibilidad hacia el islam y debe aprovecharse.
No son todos los que están ni están todos los que son pero aquí va una muestra de los libros:
1. Maxime Rodinson, La fascinación del Islam, 1989. Publicado en Francia en 1980 en la reconocida editorial Maspero, el sociólogo, historiador, orientalista y lingüista, Rodinson, dividió el libro en dos partes. La primera, mostraba la visión occidental del mundo musulmán desde la Edad Media hasta el siglo XX y, la segunda, repasaba la trayectoria de los estudios árabes e islámicos más recientes en Europa. Su investigación le permitía establecer un paralelismo entre las sorprendentes percepciones del mundo del islam en la Edad Media, donde el sarraceno era un compendio de los atributos negativos por antonomasia. Del mismo modo que se heredó en el Romanticismo. La historia se desvelaba y mostraba cómo la fascinación se alimentaba de fascinaciones pasadas. Su repaso era culto y clarificador. La voz de un historiador, y del islam lo sabía todo pues entre otras cosas había publicado la biografía Mahoma. Si en la Ilustración, había existido un interés de conocer al islam, había sido con un único objeto: hacerse con él o conquistarlo.
2. E. S. Said, Orientalismo, 1990. El catedrático de Literatura Inglesa y Comparada de la Universidad de Columbia, publicaba en 1978 Orientalism. Un libro en el que analizaba la forma en que filósofos, escritores y viajeros occidentales (Esquilo, Dante, Flaubert, Marx, etc.) habían representado el mundo árabe y su religión mayoritaria, el islam, durante siglos, haciendo especial hincapié desde el siglo XVIII al XX. Con sus obras, se había configurado el conocimiento del otro, fruto en realidad de una construcción. Oriente no era un objeto inerte y pasivo por naturaleza, sino una construcción humana. A lo largo de generaciones de intelectuales, artistas, escritores y orientalistas, Occidente había creado su propia imagen de Oriente, casi siempre negativa. Said daba el nombre de orientalismo a estos presupuestos y definía el término en torno a tres objetivos, uno de los cuales destacaba sobre todos los demás: Occidente se había proyectado sobre Oriente con objeto de dominar y conquistarlo. Un discurso al servicio colonialista e imperialista. El libro repasaba los atributos negativos relacionados con el musulmán durante siglos: fanático, déspota, bárbaro, violento, etc. A pesar del estilo algo confuso del libro, Said introdujo el objeto de estudio de Oriente por primera vez en los estudios comparados y académicos.
3. Thierry Hentsch, L’Orient imaginaire, 1988. El profesor de filosofía política, Hentsch, partió de las dos propuestas esenciales de los estudios anteriores. El repaso histórico a la imagen del islam desde la Edad Media y la forma en que Occidente se había proyectado en él para dominarlo. Su tesis era muy clara : Oriente solo existía en la cabeza de los occidentales. Para ello, repasó el papel del Oriente imaginario en las etapas del pensamiento occidental, con lo que pudo cuestionar los fundamentos del conocimiento del islam. Sin embargo, más allá de su carácter imaginario, los musulmanes estaban vivos. Su presencia, sus aspiraciones interpelaban a Occidente. Algunas veces en formas tan brutales y desagradables que había que aplicar viejos clichés para comprenderlos. El imaginario oriental estaba formaba por un abanico de imágenes contradictorias que demostraban las dificultades de Occidente para situarse delante del Islam. Esta religión era fruto de la imaginación y todo lo que era imaginario podía deconstruirse. En definitiva, cuando se hablaba del islam y se le atribuían imágenes negativas se estaba hablando de nosotros mismos.
4. Hamid Dabashi, Post-Orientalism. Knowledge and Power in Time of Terror, 2009. Profesor de Estudios Iraníes y de Literatura Comparada de la Universidad de Columbia, Dabashi analiza la imagen del islam y el mundo árabe a partir de lo que denomina postorientalismo. Tras los atentados de las Torres Gemelas y el papel de la prensa en la Guerra de Irak, el estudio de la imagen del islam debe plantearse de forma diferente. Para ello, es necesario ampliar la investigación hasta Irán e incluir el análisis de otras representaciones culturales, como el cine o el arte contemporáneo. Dabashi analiza las fases y las formas del orientalismo y demuestra su evolución última con objeto de desvelar la producción del conocimiento del islam y Oriente Medio. La percepción ha sido exclusivamente política y debe ser descolonizada, al igual que nuestro aparato analítico. Destaca el capítulo dedicado a criticar las ideologías desarrolladas por Samuel Huntington, Francis Fukuyama y Bernard Lewis, a las que denomina imperialistas simbólicas.
5. Norman Daniel, Islam and the West. The Making of an Image, 1969. Este historiador británico escribió uno de los libros pioneros en el estudio de la construcción de la imagen del islam, superado enseguida por los libros anteriores. En él, analizaba la historia de los conflictos y desencuentros que supuso la relación entre el islam y Occidente desde la Edad Media hasta el siglo XX. Los prejuicios que se acuñaron en el Medioevo se proyectaron también en la época contemporánea. Tras esta defensa, se encontraban intereses políticos y religiosos que distorsionaron la imagen del islam para poder conseguir sus intereses.
En España, el estudio de la configuración de la imagen del islam ha tenido una dedicación inferior. Curioso, cuando formó parte durante siglos de nuestra geografía. Para saber más, hay que volver sobre autores y libros que tratan el tema de forma indirecta, así como de otros temas que permiten aproximarse a él. Los libros más centrados en dicha imagen son de Lluis Mateo Dieste, El «moro» entre los primitivos: el caso del Protectorado Español en Marruecos, 1997. Un libro que analiza la imagen histórica del «moro» y sus dimensiones simbólicas. Y dos capítulos de Crónicas Sarracinas de Juan Goytisolo, 1982, en los que repasa y analiza los atributos negativos del islam de viajeros e intelectuales. Una de las mejores formas para conocer cómo se forjó la imagen en el imaginario español sigue siendo acudir el estudio de la representación del moro en la literatura, el clásico trabajo de Soledad Carrasco Urgoiti, El moro de Granada en la literatura: del siglo XV al XIX, 1956. Hasta hoy, el casi único y detalladísimo trabajo que ha recorrido la historia de los estudios árabes e islámicos en época colonial, es decir, la forma en que se construyó una imagen del islam al servicio de ideologías y poderes es de Bernabé López García, Orientalismo e ideología colonial en el arabismo español (1840-1917), 2012. Y un libro que parece escapar al tema tratado en este artículo pero permite, como ninguna otra publicación, conocer los mecanismos y razones por las que los países árabes se encuentran en el estado en el que están y poco o nada tienen que ver con la imagen que tenemos de ellos es de Gema Martín Muñoz, El estado árabe: crisis de legitimidad y contestación islámica, 1999, publicado en la Editorial Bellaterra en la colección Islam Contemporáneo, una de las más interesantes de Europa.
http://www.jotdown.es/2015/01/por-que-s ... emuestran/
10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
- Col. Rheault
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Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
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Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
http://elpais.com/elpais/2015/02/03/opi ... 66711.htmlVer citas anterioresReligión y violencia
El abominable atentado contra el Charlie Hebdo,uno más de los actos terroristas acogidos al manto de la yihad islámica, ha vuelto a poner sobre la mesa la relación entre religión y violencia. Una relación que choca, en principio, con la idea de que los mensajes religiosos son la base que sustenta principios morales universales entre sus creyentes. Los musulmanes del mundo entero, desde luego, se han apresurado a condenar estos asesinatos, protestando que nada tienen que ver con las doctrinas predicadas en el Corán. Pero la historia registra demasiadas matanzas en nombre de la fe como para que aceptemos, sin más, tan angélicas protestas.
En nuestro descreído mundo europeo, hoy se tiende a pensar, más bien, lo contrario: que hay algo inherente a las religiones (especialmente a ciertas religiones) que convierte a sus fieles en peligrosos para quienes no comulgamos con sus ideas; que la religión, basada en la fe y no en la razón —al contrario que el pensamiento científico—, fomenta la violencia. De ahí a decir que el terrorismo tiene una raíz religiosa no hay más que un paso.
Es cierto que el Corán contiene mensajes pacíficos: “Combatid por Alá […]pero no os excedáis; Alá no ama a los que se exceden” (2:190); “Si pones la mano sobre mí para matarme, yo no voy a ponerla sobre ti, porque temo a Alá, señor del universo” (5:28); “Quien mate a una persona es como si matara a toda la humanidad; quien da la vida a uno, como si la diera a toda la humanidad” (5:33). Pero tan bellos consejos se olvidan cuando el profeta prescribe qué hacer con los no creyentes, a quienes “ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada” sino como “combustible para el fuego” (3:10); “Que no crean los infieles que van a escapar. ¡No podrán! Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería...” (8:59); “¡Creyentes! ¡Combatid contra los infieles que tengáis cerca! ¡Sed duros! ¡Sabed que Alá está con los que le temen!” (9:123); “Matad a los idólatras donde quiera que les encontréis; capturadlos, sitiadlos, tendedles emboscadas por todas partes” (9:5).
Mensajes igualmente contradictorios se encuentran en el Antiguo Testamento. El mismo Levítico que prescribe “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19:18) recomienda: “Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros al filo de la espada” (26:7-8). Y Jehová ordena a Saúl el genocidio de los amalaquitas con terribles palabras: “No perdones; mata a hombres, mujeres y niños, incluidos los de pecho” (Sam., I, 15:3). En los Evangelios, Jesucristo aconseja al que sea abofeteado ofrecer la otra mejilla y, si quieren quitarnos la túnica, regalar también el manto (Mat., 5:39), pero también advierte de que “no vine a poner paz sobre la tierra, sino espada” (Mat., 10:34). En los momentos previos al prendimiento, previene al discípulo desarmado que “venda su manto y compre una espada”; instantes después, al llegar la cuadrilla que le busca, uno de los discípulos pregunta: “Señor, ¿herimos con la espada?”, y, antes de recibir respuesta, corta la oreja de uno de ellos; Jesús le dice: “Basta ya”, y cura la oreja cortada (Luc., 22:36-51). Pero ese mismo personaje manso se deja llevar por la indignación y la emprende a latigazos con los mercaderes del templo.
Si de los textos revelados pasamos a la historia cristiana, encontraremos igualmente ejemplos para las conductas más dispares. Un belicoso y antisemita se acogerá a precedentes como Domingo de Guzmán o Vicente Ferrer, por mencionar solo a los santificados, o invocará las Cruzadas o la Inquisición; uno pacífico y ecologista, a Francisco de Asís, Las Casas o Teresa de Calcuta. Un nacionalista conservador celebrará la memoria de Recaredo o Isabel la Católica; un izquierdista, la del jesuita Ellacuría o el arzobispo Óscar Romero. Un misógino encontrará en las escrituras mil frases y conductas que ratificarán sus prejuicios; pero a un feminista no le faltarán pasajes bíblicos en los que apoyarse.
En la historia, el islam no se ha distinguido de otras religiones por una especial intolerancia o sed de sangre. Refiriéndonos a nuestra Península, la zona musulmana fue más tolerante que la cristiana. Los cristianos sobrevivieron y practicaron su culto bajo el califato de Córdoba, mientras que los musulmanes fueron obligados a convertirse o salir de la monarquía católica —e incluso convertidos, algunos sinceramente, sufrieron nueva expulsión un siglo más tarde—.
En Europa, la reforma luterana abrió un período particularmente sangriento, con hechos como La Noche de San Bartolomé, en la que los católicos franceses pasaron por el cuchillo a varios miles de protestantes. En el siglo XX, las mayores masacres, con millones de víctimas, han sido de inspiración pagana pero se han producido en una Europa de raíces culturales cristianas; parecidas han sido algunas matanzas asiáticas, en zonas de tradición religiosa taoísta, budista o confuciana.
Pocos hechos comparables se registran en el mundo musulmán, salvo el genocidio armenio —tampoco estrictamente religioso—. La ferocidad actual de Al Qaeda o del Estado Islámico no debe hacernos olvidar a personajes como Malala Yousafzai, que arriesga su vida en defensa de la educación de las niñas, o los abogados iraníes o paquistaníes encarcelados o asesinados por defender los derechos humanos y la tolerancia religiosa. Son héroes de la libertad y son musulmanes.
Con lo que, al final, ni los textos ni las conductas ejemplares permiten distinguir radicalmente entre unas religiones y otras. Todos los mensajes revelados son maleables; todos necesitan arduos trabajos de glosa e interpretación; en todos encontramos afirmaciones que ratifican nuestras posturas preconcebidas. Las doctrinas, además, no se traducen de manera automática en acción. Son los intolerantes y fanáticos los que se escudan en los mensajes que les convienen para justificar sus pulsiones. Más útil, por tanto, que comparar textos me parece comparar las situaciones históricas en las que se hallan las identidades culturales.
Porque la religión es una identidad colectiva, semejante al linaje o la nación. Una identidad que nos adscribe a un determinado grupo humano, del que recibimos nombre y cultura. Y la identidad es muy distinta a las creencias, como demuestra el simple hecho de que en España el porcentaje de quienes se consideran católicos sea superior al de aquellos que declaran creer en Dios.
Esas identidades culturales, de las que forma parte la religión, pasan por distintas fases. Cuando nuestra forma de vida es envidiada e imitada por todos, podemos ser optimistas y generosos. Pero cuando está postergada, y corre el riesgo de desaparecer, surgen las tensiones y las reacciones violentas.
En los últimos siglos, las identidades religiosas tradicionales han tenido que adaptarse al choque con la modernidad. El catolicismo sufrió el embate del luteranismo, de las revoluciones filosófica y científica, la Ilustración, la industrialización, las revoluciones liberales, la democracia. Enfurruñado ante la incomprensión universal, Pío IX condenó la modernidad in toto y se encerró en el Vaticano. Pero otro Papa, 70 años después, abandonó el encierro y aceptó lo inevitable. Lo inevitable era la separación entre la Iglesia y el poder político, la libertad de opinión, la diversidad de creencias entre los ciudadanos, la desaparición del papel del clero como monopolizador de las verdades sociales.
El islam —como cultura, no como religión— no ha tenido protestantismo, ilustración ni revoluciones liberales. Y sigue sin adaptarse a la modernidad en, al menos, tres terrenos fundamentales: la separación Iglesia-Estado, lograda en Occidente tras la huella ilustrada; la igualdad de géneros, conquista de los movimientos feministas del XIX y XX; y la pluralidad de creencias como base de la convivencia libre. Sin aceptar estos principios, las tensiones que produce el impacto de la modernidad llevarán a la crispación y, en los más locos, a la violencia asesina. Con lo cual, al final, resulta que sí, que en el islam hay problemas específicos que generan tensiones y, en casos extremos, terrorismo. Aunque no se derivan de sus doctrinas —tan maleables como otras—, sino de su inadaptación a la modernidad.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
No está mal como artículo de opinión.
If you are neutral in situations of injustice you have chosen the side of the oppressor
Desmond Tutu
Desmond Tutu
Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
con lo cual hay q educar a los ninios en el ateismo y principios de convivencia modernos ...
y dejarse de gilipolleces sectarias y religiones idiotas ...
y dejarse de gilipolleces sectarias y religiones idiotas ...
“De diez cabezas, nueve embisten y una piensa".
(Machado)
(Machado)
Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
El autor del artículo no entiende la Tanaj, con una cronica historica debe sufrir profundos ataques de ansiedad.Ver citas anterioresjordi escribió:http://elpais.com/elpais/2015/02/03/opi ... 66711.htmlVer citas anterioresReligión y violencia
El abominable atentado contra el Charlie Hebdo,uno más de los actos terroristas acogidos al manto de la yihad islámica, ha vuelto a poner sobre la mesa la relación entre religión y violencia. Una relación que choca, en principio, con la idea de que los mensajes religiosos son la base que sustenta principios morales universales entre sus creyentes. Los musulmanes del mundo entero, desde luego, se han apresurado a condenar estos asesinatos, protestando que nada tienen que ver con las doctrinas predicadas en el Corán. Pero la historia registra demasiadas matanzas en nombre de la fe como para que aceptemos, sin más, tan angélicas protestas.
En nuestro descreído mundo europeo, hoy se tiende a pensar, más bien, lo contrario: que hay algo inherente a las religiones (especialmente a ciertas religiones) que convierte a sus fieles en peligrosos para quienes no comulgamos con sus ideas; que la religión, basada en la fe y no en la razón —al contrario que el pensamiento científico—, fomenta la violencia. De ahí a decir que el terrorismo tiene una raíz religiosa no hay más que un paso.
Es cierto que el Corán contiene mensajes pacíficos: “Combatid por Alá […]pero no os excedáis; Alá no ama a los que se exceden” (2:190); “Si pones la mano sobre mí para matarme, yo no voy a ponerla sobre ti, porque temo a Alá, señor del universo” (5:28); “Quien mate a una persona es como si matara a toda la humanidad; quien da la vida a uno, como si la diera a toda la humanidad” (5:33). Pero tan bellos consejos se olvidan cuando el profeta prescribe qué hacer con los no creyentes, a quienes “ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada” sino como “combustible para el fuego” (3:10); “Que no crean los infieles que van a escapar. ¡No podrán! Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería...” (8:59); “¡Creyentes! ¡Combatid contra los infieles que tengáis cerca! ¡Sed duros! ¡Sabed que Alá está con los que le temen!” (9:123); “Matad a los idólatras donde quiera que les encontréis; capturadlos, sitiadlos, tendedles emboscadas por todas partes” (9:5).
Mensajes igualmente contradictorios se encuentran en el Antiguo Testamento. El mismo Levítico que prescribe “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19:18) recomienda: “Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros al filo de la espada” (26:7-8). Y Jehová ordena a Saúl el genocidio de los amalaquitas con terribles palabras: “No perdones; mata a hombres, mujeres y niños, incluidos los de pecho” (Sam., I, 15:3). En los Evangelios, Jesucristo aconseja al que sea abofeteado ofrecer la otra mejilla y, si quieren quitarnos la túnica, regalar también el manto (Mat., 5:39), pero también advierte de que “no vine a poner paz sobre la tierra, sino espada” (Mat., 10:34). En los momentos previos al prendimiento, previene al discípulo desarmado que “venda su manto y compre una espada”; instantes después, al llegar la cuadrilla que le busca, uno de los discípulos pregunta: “Señor, ¿herimos con la espada?”, y, antes de recibir respuesta, corta la oreja de uno de ellos; Jesús le dice: “Basta ya”, y cura la oreja cortada (Luc., 22:36-51). Pero ese mismo personaje manso se deja llevar por la indignación y la emprende a latigazos con los mercaderes del templo.
Si de los textos revelados pasamos a la historia cristiana, encontraremos igualmente ejemplos para las conductas más dispares. Un belicoso y antisemita se acogerá a precedentes como Domingo de Guzmán o Vicente Ferrer, por mencionar solo a los santificados, o invocará las Cruzadas o la Inquisición; uno pacífico y ecologista, a Francisco de Asís, Las Casas o Teresa de Calcuta. Un nacionalista conservador celebrará la memoria de Recaredo o Isabel la Católica; un izquierdista, la del jesuita Ellacuría o el arzobispo Óscar Romero. Un misógino encontrará en las escrituras mil frases y conductas que ratificarán sus prejuicios; pero a un feminista no le faltarán pasajes bíblicos en los que apoyarse.
En la historia, el islam no se ha distinguido de otras religiones por una especial intolerancia o sed de sangre. Refiriéndonos a nuestra Península, la zona musulmana fue más tolerante que la cristiana. Los cristianos sobrevivieron y practicaron su culto bajo el califato de Córdoba, mientras que los musulmanes fueron obligados a convertirse o salir de la monarquía católica —e incluso convertidos, algunos sinceramente, sufrieron nueva expulsión un siglo más tarde—.
En Europa, la reforma luterana abrió un período particularmente sangriento, con hechos como La Noche de San Bartolomé, en la que los católicos franceses pasaron por el cuchillo a varios miles de protestantes. En el siglo XX, las mayores masacres, con millones de víctimas, han sido de inspiración pagana pero se han producido en una Europa de raíces culturales cristianas; parecidas han sido algunas matanzas asiáticas, en zonas de tradición religiosa taoísta, budista o confuciana.
Pocos hechos comparables se registran en el mundo musulmán, salvo el genocidio armenio —tampoco estrictamente religioso—. La ferocidad actual de Al Qaeda o del Estado Islámico no debe hacernos olvidar a personajes como Malala Yousafzai, que arriesga su vida en defensa de la educación de las niñas, o los abogados iraníes o paquistaníes encarcelados o asesinados por defender los derechos humanos y la tolerancia religiosa. Son héroes de la libertad y son musulmanes.
Con lo que, al final, ni los textos ni las conductas ejemplares permiten distinguir radicalmente entre unas religiones y otras. Todos los mensajes revelados son maleables; todos necesitan arduos trabajos de glosa e interpretación; en todos encontramos afirmaciones que ratifican nuestras posturas preconcebidas. Las doctrinas, además, no se traducen de manera automática en acción. Son los intolerantes y fanáticos los que se escudan en los mensajes que les convienen para justificar sus pulsiones. Más útil, por tanto, que comparar textos me parece comparar las situaciones históricas en las que se hallan las identidades culturales.
Porque la religión es una identidad colectiva, semejante al linaje o la nación. Una identidad que nos adscribe a un determinado grupo humano, del que recibimos nombre y cultura. Y la identidad es muy distinta a las creencias, como demuestra el simple hecho de que en España el porcentaje de quienes se consideran católicos sea superior al de aquellos que declaran creer en Dios.
Esas identidades culturales, de las que forma parte la religión, pasan por distintas fases. Cuando nuestra forma de vida es envidiada e imitada por todos, podemos ser optimistas y generosos. Pero cuando está postergada, y corre el riesgo de desaparecer, surgen las tensiones y las reacciones violentas.
En los últimos siglos, las identidades religiosas tradicionales han tenido que adaptarse al choque con la modernidad. El catolicismo sufrió el embate del luteranismo, de las revoluciones filosófica y científica, la Ilustración, la industrialización, las revoluciones liberales, la democracia. Enfurruñado ante la incomprensión universal, Pío IX condenó la modernidad in toto y se encerró en el Vaticano. Pero otro Papa, 70 años después, abandonó el encierro y aceptó lo inevitable. Lo inevitable era la separación entre la Iglesia y el poder político, la libertad de opinión, la diversidad de creencias entre los ciudadanos, la desaparición del papel del clero como monopolizador de las verdades sociales.
El islam —como cultura, no como religión— no ha tenido protestantismo, ilustración ni revoluciones liberales. Y sigue sin adaptarse a la modernidad en, al menos, tres terrenos fundamentales: la separación Iglesia-Estado, lograda en Occidente tras la huella ilustrada; la igualdad de géneros, conquista de los movimientos feministas del XIX y XX; y la pluralidad de creencias como base de la convivencia libre. Sin aceptar estos principios, las tensiones que produce el impacto de la modernidad llevarán a la crispación y, en los más locos, a la violencia asesina. Con lo cual, al final, resulta que sí, que en el islam hay problemas específicos que generan tensiones y, en casos extremos, terrorismo. Aunque no se derivan de sus doctrinas —tan maleables como otras—, sino de su inadaptación a la modernidad.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
No está mal como artículo de opinión.
Los que no saben llorar con todo su corazón, tampoco saben reír
Quien destruye un alma destruye un mundo entero. Y quien salva una vida, salva un mundo entero.
No uses la conducta de un loco como un precedente.
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Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
... Cuéntanos sobre el Tanaj ese, plis! ...Ver citas anterioresLady_Sith escribió:El autor del artículo no entiende la Tanaj, con una cronica historica debe sufrir profundos ataques de ansiedad.Ver citas anterioresjordi escribió:http://elpais.com/elpais/2015/02/03/opi ... 66711.htmlVer citas anterioresReligión y violencia
El abominable atentado contra el Charlie Hebdo,uno más de los actos terroristas acogidos al manto de la yihad islámica, ha vuelto a poner sobre la mesa la relación entre religión y violencia. Una relación que choca, en principio, con la idea de que los mensajes religiosos son la base que sustenta principios morales universales entre sus creyentes. Los musulmanes del mundo entero, desde luego, se han apresurado a condenar estos asesinatos, protestando que nada tienen que ver con las doctrinas predicadas en el Corán. Pero la historia registra demasiadas matanzas en nombre de la fe como para que aceptemos, sin más, tan angélicas protestas.
En nuestro descreído mundo europeo, hoy se tiende a pensar, más bien, lo contrario: que hay algo inherente a las religiones (especialmente a ciertas religiones) que convierte a sus fieles en peligrosos para quienes no comulgamos con sus ideas; que la religión, basada en la fe y no en la razón —al contrario que el pensamiento científico—, fomenta la violencia. De ahí a decir que el terrorismo tiene una raíz religiosa no hay más que un paso.
Es cierto que el Corán contiene mensajes pacíficos: “Combatid por Alá […]pero no os excedáis; Alá no ama a los que se exceden” (2:190); “Si pones la mano sobre mí para matarme, yo no voy a ponerla sobre ti, porque temo a Alá, señor del universo” (5:28); “Quien mate a una persona es como si matara a toda la humanidad; quien da la vida a uno, como si la diera a toda la humanidad” (5:33). Pero tan bellos consejos se olvidan cuando el profeta prescribe qué hacer con los no creyentes, a quienes “ni su hacienda ni sus hijos les servirán de nada” sino como “combustible para el fuego” (3:10); “Que no crean los infieles que van a escapar. ¡No podrán! Preparad contra ellos toda la fuerza, toda la caballería...” (8:59); “¡Creyentes! ¡Combatid contra los infieles que tengáis cerca! ¡Sed duros! ¡Sabed que Alá está con los que le temen!” (9:123); “Matad a los idólatras donde quiera que les encontréis; capturadlos, sitiadlos, tendedles emboscadas por todas partes” (9:5).
Mensajes igualmente contradictorios se encuentran en el Antiguo Testamento. El mismo Levítico que prescribe “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19:18) recomienda: “Perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán ante vosotros al filo de la espada” (26:7-8). Y Jehová ordena a Saúl el genocidio de los amalaquitas con terribles palabras: “No perdones; mata a hombres, mujeres y niños, incluidos los de pecho” (Sam., I, 15:3). En los Evangelios, Jesucristo aconseja al que sea abofeteado ofrecer la otra mejilla y, si quieren quitarnos la túnica, regalar también el manto (Mat., 5:39), pero también advierte de que “no vine a poner paz sobre la tierra, sino espada” (Mat., 10:34). En los momentos previos al prendimiento, previene al discípulo desarmado que “venda su manto y compre una espada”; instantes después, al llegar la cuadrilla que le busca, uno de los discípulos pregunta: “Señor, ¿herimos con la espada?”, y, antes de recibir respuesta, corta la oreja de uno de ellos; Jesús le dice: “Basta ya”, y cura la oreja cortada (Luc., 22:36-51). Pero ese mismo personaje manso se deja llevar por la indignación y la emprende a latigazos con los mercaderes del templo.
Si de los textos revelados pasamos a la historia cristiana, encontraremos igualmente ejemplos para las conductas más dispares. Un belicoso y antisemita se acogerá a precedentes como Domingo de Guzmán o Vicente Ferrer, por mencionar solo a los santificados, o invocará las Cruzadas o la Inquisición; uno pacífico y ecologista, a Francisco de Asís, Las Casas o Teresa de Calcuta. Un nacionalista conservador celebrará la memoria de Recaredo o Isabel la Católica; un izquierdista, la del jesuita Ellacuría o el arzobispo Óscar Romero. Un misógino encontrará en las escrituras mil frases y conductas que ratificarán sus prejuicios; pero a un feminista no le faltarán pasajes bíblicos en los que apoyarse.
En la historia, el islam no se ha distinguido de otras religiones por una especial intolerancia o sed de sangre. Refiriéndonos a nuestra Península, la zona musulmana fue más tolerante que la cristiana. Los cristianos sobrevivieron y practicaron su culto bajo el califato de Córdoba, mientras que los musulmanes fueron obligados a convertirse o salir de la monarquía católica —e incluso convertidos, algunos sinceramente, sufrieron nueva expulsión un siglo más tarde—.
En Europa, la reforma luterana abrió un período particularmente sangriento, con hechos como La Noche de San Bartolomé, en la que los católicos franceses pasaron por el cuchillo a varios miles de protestantes. En el siglo XX, las mayores masacres, con millones de víctimas, han sido de inspiración pagana pero se han producido en una Europa de raíces culturales cristianas; parecidas han sido algunas matanzas asiáticas, en zonas de tradición religiosa taoísta, budista o confuciana.
Pocos hechos comparables se registran en el mundo musulmán, salvo el genocidio armenio —tampoco estrictamente religioso—. La ferocidad actual de Al Qaeda o del Estado Islámico no debe hacernos olvidar a personajes como Malala Yousafzai, que arriesga su vida en defensa de la educación de las niñas, o los abogados iraníes o paquistaníes encarcelados o asesinados por defender los derechos humanos y la tolerancia religiosa. Son héroes de la libertad y son musulmanes.
Con lo que, al final, ni los textos ni las conductas ejemplares permiten distinguir radicalmente entre unas religiones y otras. Todos los mensajes revelados son maleables; todos necesitan arduos trabajos de glosa e interpretación; en todos encontramos afirmaciones que ratifican nuestras posturas preconcebidas. Las doctrinas, además, no se traducen de manera automática en acción. Son los intolerantes y fanáticos los que se escudan en los mensajes que les convienen para justificar sus pulsiones. Más útil, por tanto, que comparar textos me parece comparar las situaciones históricas en las que se hallan las identidades culturales.
Porque la religión es una identidad colectiva, semejante al linaje o la nación. Una identidad que nos adscribe a un determinado grupo humano, del que recibimos nombre y cultura. Y la identidad es muy distinta a las creencias, como demuestra el simple hecho de que en España el porcentaje de quienes se consideran católicos sea superior al de aquellos que declaran creer en Dios.
Esas identidades culturales, de las que forma parte la religión, pasan por distintas fases. Cuando nuestra forma de vida es envidiada e imitada por todos, podemos ser optimistas y generosos. Pero cuando está postergada, y corre el riesgo de desaparecer, surgen las tensiones y las reacciones violentas.
En los últimos siglos, las identidades religiosas tradicionales han tenido que adaptarse al choque con la modernidad. El catolicismo sufrió el embate del luteranismo, de las revoluciones filosófica y científica, la Ilustración, la industrialización, las revoluciones liberales, la democracia. Enfurruñado ante la incomprensión universal, Pío IX condenó la modernidad in toto y se encerró en el Vaticano. Pero otro Papa, 70 años después, abandonó el encierro y aceptó lo inevitable. Lo inevitable era la separación entre la Iglesia y el poder político, la libertad de opinión, la diversidad de creencias entre los ciudadanos, la desaparición del papel del clero como monopolizador de las verdades sociales.
El islam —como cultura, no como religión— no ha tenido protestantismo, ilustración ni revoluciones liberales. Y sigue sin adaptarse a la modernidad en, al menos, tres terrenos fundamentales: la separación Iglesia-Estado, lograda en Occidente tras la huella ilustrada; la igualdad de géneros, conquista de los movimientos feministas del XIX y XX; y la pluralidad de creencias como base de la convivencia libre. Sin aceptar estos principios, las tensiones que produce el impacto de la modernidad llevarán a la crispación y, en los más locos, a la violencia asesina. Con lo cual, al final, resulta que sí, que en el islam hay problemas específicos que generan tensiones y, en casos extremos, terrorismo. Aunque no se derivan de sus doctrinas —tan maleables como otras—, sino de su inadaptación a la modernidad.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
No está mal como artículo de opinión.
Re: 10 razones del porque el islam no es una religion que predica la paz
De lo que esta claro es que es Lady quien no entiende nada del Tanaj. Lo mas gracioso es que ni siquiera sabe leer hebreo.
Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que se destruye ella misma desde dentro