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Los refugiados vuelven a estar en el punto de mira de Europa por las al menos 379 denuncias por agresión sexual presentadas por mujeres en la ciudad alemana de Colonia, pero también en Hamburgo, Stuttgart y Fráncfort, desde Nochevieja. Son denuncias cuya veracidad no debe ser puesta en duda bajo ningún concepto, como tampoco puede negarse que una parte de los agresores, tal como indica la policía germana, proceden de países árabes e islámicos. Pero,
a pesar de la rapidez de grupos neonazis, como el célebre Pegida, partidos políticos y medios de comunicación en señalar al colectivo de los refugiados como autor principal de los ataques sexuales, la investigación avanza y sólo confirma que fueron actuaciones coordinadas aprovechando una aglomeración, algo similar a lo que ocurre cada año durante la celebración del Oktoberfest en Munich o el Carnaval en distintas zonas del país.
Seguimos sin saber con exactitud cuántos ni quiénes participaron en la oleada de agresiones sexuales de fin de año, entre las que figuran al menos dos denuncias por violación,
pero sí sabemos que no es, ni de lejos, la primera vez que ocurre. Y, sin embargo, las reacciones se suceden más que nunca: la canciller alemana, Angela Merkel, que en un primer momento se mostró prudente ante las peticiones de deportación por parte de grupos de extrema derecha, parece haber cedido a las presiones. Su partido, la Unión Cristianodemócrata, estudia la posibilidad de que los refugiados puedan perder su derecho de asilo en caso de ser condenados a prisión o libertad condicional así como de agilizar las deportaciones en casos de delincuencia. La única crítica clara desde la esfera política la protagonizaron los Verdes, que calificaron estas reacciones de “precipitadas e hipócritas” al entender que “contribuyen a alimentar los prejuicios y el odio contra los refugiados”.
Se echa en falta en los medios de comunicación un contexto más amplio sobre el nivel de agresiones sexuales en Alemania, al menos, para contrastar los hechos de los últimos diez días.
Según un estudio a petición del Ministerio Federal de Asuntos de la Familia -citado en este artículo por las autoras Silke Stöckle y Marion Wegscheider-, 1 de cada 7 mujeres en Alemania sufre o ha sufrido violencia sexual, y destaca que entre los agresores, mayoritariamente hombres, no hay diferencias significativas en cuanto a la religión, nivel educativo o estatus social. Otras encuestas menos recientes, de hace 3 o 4 años,
señalan que el germano es el octavo país del mundo con más denuncias presentadas por violación y, junto con Suecia y Finlandia, el país europeo con mayor porcentaje de víctimas por violencia de género.
En el caso de las aglomeraciones mezcladas con el consumo de alcohol, las agresiones sexuales, desde tocamientos hasta violaciones, son comunes en la celebración de la famosa Oktoberfest de Munich o el Carnaval en ciudades como, precisamente, Colonia. En la línea, dicho sea de paso, de lo que ocurre en ciertas fiestas populares de otros países europeos, como España durante los festejos de San Fermín en Pamplona.
Hipocresía y purplewashing
En medio de toda la resaca mediática, los islamófobos de Pegida, los neofascistas de NPD, los hooligans de HoGeSa (quienes, por cierto, se manifestaron en la misma ciudad de Colonia hace un año) y los euroescépticos de Alternativa para Alemania (AfD) ven cómo amplios sectores políticos y sociales abrazan sus discursos xenófobos, hasta ahora rechazados como políticamente correctos,
mientras la confirmación de si los agresores de Colonia son o no son refugiados no termina de llegar. Y todo parece indicar, tal y como se están sucediendo las cosas, que esa confirmación ya importa más bien poco.
Con el apoyo de la derecha política y mediática, los islamófobos han conseguido criminalizar a los refugiados mediante una apropiación interesada del discurso de la lucha contra la violencia sexual, lo que se conoce como purplewashing, un término que han recuperado estos días muchas voces feministas, como Brigitte Vasallo en la revista Píkara, para denunciar lo que está ocurriendo en Alemania y Europa: “Es porque son otros los que nos violan. Y a nosotras solo tienen derecho a violarnos nuestros hombres”, afirma, en referencia a que “las agresiones sexuales son sistémicas, y es el sistema el que hay que cambiar”. Por ello, Vasallo denuncia que “se está utilizando el género para alimentar el racismo, y el racismo para alimentar el machismo más casposo”.