"[...]Voy a empezar con una cita que no es del muy poco santo patrón de nuestra sesión, Maquiavelo, sino de Jean-Paul Sartre:
"¡Cómo te aferras a la pureza, muchacho! Qué miedo tienes de ensuciarte las manos. Bien, ¡sigue puro! ¿De qué te servirá y por qué has venido con nosotros? La pureza es el ideal del faquir y del monje. Vosotros, los intelectuales, los anarquistas burgueses, utilizáis la pureza como pretexto para no hacer nada. No hacer nada, quedaros quietos, apretar los puños, llevar guantes. Yo tengo las manos sucias hasta los codos. Las he hundido en la mierda y en la sangre. ¿Y qué? ¿Acaso crees que se puede gobernar limpiamente?"
Estas palabras de Hoederer, el líder comunista de "Las manos sucias", dan título a la obra. El dilema queda resumido en la última frase: ¿se puede gobernar limpiamente? Con eso, Sartre probablemente hablaba de actos moralmente débiles, faltos de experiencia mundana y astucia. Hay una imagen de la política que va con la línea dura de Hoederer, la imagen de la dureza revolucionaria, acompañada del cliché de la bravura revolucionaria, de la idea de que no puedes hacer una tortilla sin romper huevos. Isaiah Berlin pensaba que esta es una línea reservada a gente que siente de antemano cierta afición por romper huevos, sin tener la más remota idea de cómo se prepara una tortilla. En esa línea de dureza revolucionaria, la inocencia y la moralidad representan la blandura frente a la resistencia heroica que exige la política: la política es áspera y dura, la moralidad blanda y sentimental. El examen de esa dureza en la política consiste en superar los reparos morales. Cuando las cosas se complican, los políticos duros se ponen a trabajar. Las relaciones entre política y ética tienen dos capas: una capa elevada que incluye decisiones sobre la vida y la muerte, y una capa rutinaria que entraña decisiones tediosas para conservar el poder. Romper la moralidad en la capa más elevada significa cometer un crimen. Romperla en la capa más baja tiene que ver con las faltas. Hablo de “crímenes” y “faltas” en el sentido moral, no necesariamente legal. La decisión de Nixon de bombardear Hanoi en la navidad de 1972 pertenecía a la capa más elevada: yo creo que fue un crimen. El encubrimiento del Watergate pertenece a esa capa rutinaria y es una falta. Bernard Williams distinguía esas dos capas diciendo que la primera es cosa de criminales y la segunda de maleantes. “No soy un maleante”, declaró Nixon sobre el Watergate, pero no en el contexto de Hanoi. Williams prefería tratar de la capa rutinaria de la tarea de los políticos, mientras que yo estoy pensando en la política de alto riesgo, la que practican quienes aspiran a ser estadistas y toman decisiones importantes, en vez de quienes solo se aferran al poder en busca de la supervivencia política. El problema de Maquiavelo era una combinación de las dos capas: ¿Qué debe hacer el príncipe, el gobernante, para permanecer en el poder de forma gloriosa, de manera que permanecer en el poder también signifique aparecer en los libros de historia? La respuesta de Maquiavelo es proverbialmente familiar: eso requiere implacabilidad y astucia, engaño y una crueldad calculada. Maquiavelo pensaba que lo que exige la política es incompatible con la humildad y la santidad que requiere la moral cristiana. Eso no es lo que pensaba el cardenal Richelieu. Él creía que podía ser las dos cosas. Pero, aunque Richelieu era terroríficamente convincente como magnífico príncipe maquiavélico, no lo fue tanto como catequista cristiano.[...]"
Avishai Margalit
"Ética y poder: la larga sombra de Maquiavelo"
Letras Libres, Octubre 2013
Las manos sucias. ¿Se puede gobernar limpiamente?
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Las manos sucias. ¿Se puede gobernar limpiamente?
Artículo 183 CP: "1. El que realizare actos de carácter sexual con un menor de dieciséis años, será castigado como responsable de abuso sexual a un menor con la pena de prisión de dos a seis años."