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Con franqueza. Por Julián Hurtado.
Faltaba por consumarse el último acto de la tragedia, y por fin fue maquiavélicamente representado y cobardemente ovacionado.
El cadáver de Franco fue desalojado del lugar en donde él nunca pretendió estar y llevado por la fuerza al lugar en que siempre deseó reposar, en un humilde cementerio de pueblo junto a su familia.
¡Menuda ridícula gran victoria para sus enemigos!
“A moro muerto, gran lanzada”, que decía burlón el viejo refrán.
Así, la perfidia que desde hace siglos persigue y tritura a los héroes hispanos ha vuelto a escenificarse.
Resto del relato en:
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