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Se compara la situación actual con la de 2015, pero se omite que lo primero que entonces hizo Rajoy fue ofrecer un acuerdo de gobierno al Partido Socialista; y en segundo lugar, a Ciudadanos. Nada de eso, ni parecido, ha hecho Sánchez hasta ahora. Ni siquiera respecto a su supuesto socio preferente, al que viene tratando más bien como servicio doméstico y sometiéndolo a humillaciones diversas hasta que doble la cerviz.
Coincido con quienes opinan que, con este Parlamento, la solución natural, estabilizadora, tranquilizadora para la mayoría de la sociedad y políticamente más saludable vendría de un Gobierno compartido entre socialdemócratas y liberales. Un Gobierno cómodamente mayoritario, reformista, europeísta e inmaculadamente constitucionalista, capaz de impulsar acuerdos transversales para las grandes reformas paralizadas durante más de un lustro por la nefasta cultura del noesnoísmo, y coherente con la política de ambos grupos en Bruselas y en Estrasburgo.
Cualquier otra solución es peor: el Gobierno del PSOE en solitario condena al país a la inestabilidad crónica, y el pacto PSOE-Podemos nos instala definitivamente en la polarización de bloques que todo lo bloquean y en la política de tierra quemada.
Es lógico, desde esta posición, reclamar a Sánchez que tome la iniciativa de proponer a Ciudadanos un acuerdo de concertación socialdemócrata-liberal. Solo si la oferta fuera seria y Rivera la rechazara sin prestarse siquiera a explorarla tendría sentido el diluvio de reproches que recibe de quienes tutelan desde fuera la estrategia de Ciudadanos y le señalan el buen camino. Pero la propuesta no ha existido, y, al parecer, nadie la echa de menos. Se diría que, para algunos, la responsabilidad de hacer presidente a Sánchez recae más en Albert Rivera o Pablo Iglesias que en el propio Sánchez.
Se da por hecho que la base programática del próximo Gobierno vendrá del entendimiento entre el PSOE y Podemos, con coalición o sin ella. Será una síntesis entre la izquierda institucional y la radical-populista. A la vez, se exige al partido liberal que ponga sus votos a disposición de tal artefacto. Si entiendo bien a algunos preceptores y prescriptores de Ciudadanos, se espera que Rivera entregue la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez… para que gobierne de la mano de Pablo Iglesias. En interés nacional, por supuesto.
Los defensores del bisagrismo como misión histórica de Ciudadanos omiten el pequeño detalle de que la vocación de los llamados 'partidos bisagra' es participar en gobiernos alternativos, no apoyar coaliciones ideológicamente escoradas que los excluyan. Nadie exigiría a los liberales alemanes que faciliten un Gobierno entre el SPD y la izquierda radical de Die Linke. Sería una inmolación absurda.
Es coherente que desde el espacio socioliberal se demande al PSOE que intente una aproximación seria a Ciudadanos. Y que desde el centro derecha evolucionado se reprochara a Rivera, en su caso, una negativa cerril. Lo que no se comprende es que se omitan todos esos pasos y se acepte sin más el derecho natural de Sánchez a formar el Gobierno que le dé la gana y la obligación de que los demás se presten a hacerle el pasillo.
“Para que no dependa de los independentistas”, se dice. O “para que no haya que repetir elecciones”. Nada de eso es obligatorio: aliarse de nuevo con el secesionismo o hacer colapsar la legislatura serían decisiones voluntarias de Sánchez, de las que solo él y su partido deberían responder.