Mentira, manipulación y falsedad sobre la hipotética “fortuna de Franco”. Por Francisco Torres García.

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Atila
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Mentira, manipulación y falsedad sobre la hipotética “fortuna de Franco”. Por Francisco Torres García.

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Mentira, manipulación y falsedad sobre la hipotética “fortuna de Franco”. Por Francisco Torres García.

Cuando el PSOE llegó al poder en 1982, estando al frente de la cartera de Hacienda el socialdemócrata Francisco Fernández Ordoñez, se puso en marcha una investigación cuyo objetivo era demostrar la corrupción y el enriquecimiento ilícito de Franco y de sus ministros -probablemente se hizo extensible a más personas-. Pese a disponer de acceso a toda la información, con todos los datos a su alcance, no encontraron nada.

Algunos periodistas e investigadores, desde entonces, manipulando datos y hechos, amparándose en chismes y en la amplia rumorología de la época, como si esta tuviera algún valor documental, utilizando documentos que en ocasiones ni leen correctamente, construyendo interpretaciones con dos o tres papeles, obviando lo que se deduce de la documentación que fragmentariamente ha ido apareciendo, desde determinados medios, que evidentemente trataban de tapar la corrupción real de entonces hablando de la corrupción anterior (Interviú, Tiempo, Cambio 16, El País...), todos ellos vocacionalmente antifranquistas, a los que se ha sumado con igual metodología el profesor Ángel Viñas, vienen difundiendo la idea de que la imagen del Caudillo “austero y honrado”, habitual en muchas de las biografías publicadas, no es más que un mito; que en realidad era un hombre que a su ambición política sumaba la económica, y que, desde su posición de privilegio, se enriqueció a costa de los españoles acumulando una fabulosa fortuna que se incrementa cada vez que el recurrente “experto” reedita su folletín o recurren a él como fuente de autoridad en cualquier programa al uso.

Por desgracia para los “manipuladores” resulta que sin realizar una gran investigación, recurriendo a la prensa, es fácil conocer, no de forma absoluta claro está, cuáles eran las propiedades de Francisco Franco en 1975 que aparecen en un testamento que había otorgado en los sesenta. Además son conocidos los datos de la declaración de la renta de su viuda de finales de los setenta que fueron publicados y convenientemente aireados. A lo que se debe añadir que, pese al habitual recurso a hablar de cuentas suizas, pese a las listas de titulares de las mismas que se han difundido, no existe aval alguno para mantener esa tesis y la honestidad del investigador debiera desestimar los rumores. Pero…

No es necesario recordar que sobre Franco cualquier cosa negativa es aceptada aunque no tenga sustento de prueba, por lo que estos autores pueden moverse a sus anchas y hasta hacer verdad lo que no pasa de ser un cúmulo de distorsiones. A sensu contrario, es curioso resaltar el hecho de que estos periodistas e investigadores, entendemos que para poder dar cifras muy elevadas, utilizan el lenguaje para hablar de los Franco y poder incluir así todo el patrimonio que pueda corresponder a una amplia familia, dedicada en parte a los negocios desde hace décadas, y no a Franco.

Dado que no han aparecido cuentas con millones de depósitos, ni los paquetes de acciones en empresas que se conocen documentalmente den para gran cosa, estos autores, que luego son utilizados como referente para reportajes estilo la Sexta, recurren a la enumeración apabullante del patrimonio inmobiliario de los Franco, prescindiendo, eso sí, de la faceta de compra y venta en inversiones de ese tipo. Si detraemos algunas propiedades que evidentemente no eran ni de Franco ni de su mujer, la fortuna “incalculable” amasada por Franco sería de base inmobiliaria. Los nombres se repiten machaconamente en los textos hasta constituir un auténtico mantra. Esta “fortuna inmobiliaria” estaría compuesta por: el Pazo de Meirás (regalado a Franco); la finca del Canto del Pico con el palacete Casa del Viento (dejada en herencia a Franco); la casa natal de Franco; la finca la Piniella en Asturias (propiedad de la familia de doña Carmen); el edificio de la calle Hermanos Bécquer; el palacete Cornide (comprado por algo más de 300.000 pesetas); el palacio de caza en Castillo de las Navas y la finca Valdefuentes.

Dicho así, adjuntado algunos pisos, presentando valores actuales, tras las recalificaciones y el incremento de la demanda de suelo en lugares entonces despoblados, suena impresionante. Es lo que permite a estos autores tender la trampa dialéctica necesaria para poder anular la capacidad de respuesta rápida del espectador o del lector. Lo hacen con una pregunta clave: ¿cómo pudo Franco hacerse con ese patrimonio?

La respuesta es clara para ellos y es la que edifica la falsificación de la realidad: mediante la corrupción y el expolio. Y como ellos no necesitan demostrar lo que afirman, estando seguros de que no van a ser puestos en evidencia, repiten y engrosan la leyenda en cada recálculo. Prueba de ello es la recurrente referencia a otro periodista que afirma -quizás porque quiera trazar cortinas sobre por qué estuvo tantos años cerca de Franco- que en Madrid los joyeros tenían un fondo para pagar a aquel que se veía obligado a regalar a la mujer de Franco algo si entraba en su tienda; y eso se sigue difundiendo, pese a que haya sido desmentido por las joyerías teóricamente afectadas ya que doña Carmen acudía casi siempre a las mismas tiendas en Madrid o en Galicia. Lo mismo repite con los anticuarios utilizando una anécdota y no explicándola correctamente. Resulta que un buen amigo dedicado a las antigüedades nos ha comentado que los anticuarios mandaban las facturas a El Pardo y eran religiosamente pagadas, y alguno tenía enmarcada la factura en su casa.

En esta historia hay algo que, curiosa y sospechosamente, suelen pasar por alto los muñidores de la “ambición económica de Franco”: que el Generalísimo había alcanzado en 1926 el puesto más alto en su profesión, general de división. Después llegó a ser Director de la AGM, Jefe del Estado Mayor Central y el equivalente a capitán general en Mallorca o Canarias. Durante gran parte de su vida hasta 1936 vivió casi siempre en residencias militares. A ello hay que añadir que su nómina se incrementaba con las varias condecoraciones pensionadas ganadas en el frente de combate. Recordemos, para centrar la cuestión, que todos los biógrafos -algunos lo presentan como negativo, por cierto- del Caudillo anotan que era un hombre sin vicios, austero, vestido simplemente de militar. ¿En qué gastaba su nómina?

Que sepamos tenía una casa en Madrid que fue asaltada y saqueada por los republicanos de la Brigada del Amanecer, tal y como publicaba ABC en zona roja, en el verano de 1936. Quien sí disponía de una pequeña fortuna era la familia de su mujer. Parte de ella eran inmuebles arrendados, que era una forma de inversión típica en la burguesía de la época (por ejemplo, la sede de Falange en Oviedo estuvo un tiempo en una de las propiedades de la familia). Al menos, en 1936, doña Carmen tenía un piso en Oviedo y dos casas a su nombre en la finca familiar de La Piniella en Asturias. Si nos atenemos a lo usual no sería extraño que antes de la guerra el matrimonio invirtiera en alguna otra propiedad. Ya tenían pues un patrimonio.

¿Cuáles eran los ingresos de Franco independientemente de las rentas de su mujer? Lástima que tan arduos investigadores no hayan rastreado con mayor profundidad en los legajos del Archivo de Palacio a la búsqueda de nóminas y demás. De forma aproximada la nómina de Franco antes de 1939 debía de situarse en las 30.000-40.000 pesetas anuales probablemente algo más en función de los complementos por las medallas pensionadas (la Laureada y 2 Medallas Militares). Un salario muy alto con respecto a los habituales en la época, pero es que Franco había tenido una meteórica carrera militar. ¿En qué se gastaba el dinero el austero general? En nada, que sepamos.

A lo largo de los 36 años posteriores al día de la victoria Franco recibía dos pagas: la de capitán general en activo y la correspondiente a la Jefatura del Estado (nunca cobró como presidente del gobierno). Al acabar la guerra se planteó el tema de la nómina que debía de tener el Caudillo como Jefe del Estado. Según declaraciones de la época Franco acabó decidiendo que fuera la misma que recibía el Presidente de la II República que algunos autores cifran en unas 250.000 pesetas. Según los datos del Presupuesto General del Estado, la nómina de Franco como Jefe del Estado ascendía a 600.000 pesetas anuales a mediados de los cuarenta. Según se ha publicado su nómina como Jefe del Estado ascendía en 1975 a unas 375.000 pesetas mensuales, unos 4.5 millones de pesetas al año. Alguna propiedad parece que con estos ingresos podía comprarse.

Lo que sí varió con el paso del tiempo, al compás de los años, fue su nómina como Capitán General. En 1969 era de 113.758 pesetas de la que se detraía el pago a FET de las JONS y a huérfanos militares. Lo que significa que Franco, como militar, cobraba en los sesenta en torno a 1.200.000 pesetas anuales.

¿Eran estos los únicos ingresos de Franco? No. Dejando a un lado las posibles ganancias derivadas de los inmuebles de doña Carmen y de su herencia, Franco puso en explotación la finca de La Piniella (se conserva documentación al respecto); igual hizo con una de las propiedades adquiridas, el palacio de caza en Castillo de las Navas (Córdoba) y la producción de la gran explotación que fue la finca de Valdefuentes e incluso alguna explotación ganadera en el Pazo de Meirás. Se añaden los intereses de las cuentas y las acciones que tenía el matrimonio (un curioso documento nos indica que Hacienda le recordaba a doña Carmen Polo de Franco que tenía que tributar por las acciones adquiridas al no estar exentas). Y, además, le tocó la lotería.

Suponemos que en estos momentos el lector habrá hecho cuentas con un lápiz sobre cuánto pudo ganar Franco durante los casi cuarenta años que estuvo al frente del Estado y del Ejército. Lo que responderá seguramente a la gran pregunta sobre si con su sueldo pudo adquirir su patrimonio en relación al valor de la época y no del actual.

Con los datos en la mano alguien pudiera pensar que la austeridad, dada las nóminas, no era tal. Precisemos con los Presupuestos Generales del Estado en la mano. En 1973 la partida presupuestaria, de la que salía el salario de Franco, destinada a Jefatura del Estado (Casa Civil y Militar) ascendía a 37 millones de pesetas, a la que se podrían añadir los 12 millones destinados a la Casa del Príncipe de España (la nómina del Príncipe, según se publicaba, era de unas 50.000 pesetas). Un total de 49 millones. Para poder valorar los datos de forma gráfica anotemos que, por ejemplo, en los PGE de 1991 el gasto de la Jefatura del Estado ascendía a 911 millones de pesetas, casi veinte veces más. Juzgue pues el lector.

Volvamos a las famosas propiedades. Descontemos, por razones obvias, la casa natal de Franco; igualmente la finca de La Piniella y algunas propiedades de doña Carmen anteriores a la guerra civil. El Pazo de Meirás, escriturado a nombre de Franco, fue un regalo (básicamente pagada por un conjunto de notables gallegos que estimaban que ello reportaría beneficios para Galicia ya que durante 40 años por no pocas semanas aquel lugar el era el centro de España, a lo que se sumó una cuestación popular más simbólica que importante). El Canto del Pico, fue dejada en herencia al Caudillo por parte del dueño al no tener hijos. Hubo otros regalos de tierras, realizada por quienes le consideraban un salvador. Franco, de lo que hay referencia, derivó esas tierras a otros menesteres y no a su patrimonio. En Valencia una gran finca se entregó al Frente de Juventudes para instalación de un campamento estable (ignoramos qué habrá sido de esa propiedad después de 1975 y si ha acabado en otros destinos).

Los “manipuladores” se pierden hablando de testaferros, de ocultismo, de opacidad. Un testaferro es alguien que pasa desapercibido, difícilmente relacionable con el comprador real. Ahora bien, los nombres que presentan como gran descubrimiento eran su secretario personal y cuñado, Felipe Polo y el tío Pepe. De sobra conocidos. Tanto Franco, para la adquisición en 1951 de Valdefuentes para crear una explotación agraria y no para una especulación entonces imposible, quizás pensando en la retirada de la Jefatura del Estado en el futuro, como doña Carmen (para adquirir el edificio en Hermanos Bécquer) optaron por constituir sociedades a la hora de comprar algunas propiedades. Resulta curioso que los “manipuladores” se pregunten por qué, para sembrar la duda, y no recurran a la lógica. Y ¿qué dice la lógica? Un ejemplo: ¿qué hubiera hecho un Ayuntamiento si se entera que Franco quiere comprar una propiedad que va a subastar? Pues eso es lo que, a nuestro juicio trataron de evitar y no hacer ningún ejercicio de ocultismo. Y si vamos a la explotación agropecauria de Valdefuentes, que si atendemos a la documentación conservada tenía una importante producción, ¿qué pasaría si trascendiera que todo aquello era de Franco, que Franco era el empresario agrícola? O a la hora de vender las “gallinas de Franco”.

Queda como colofón la referencia a las cuentas de Franco que no eran de Franco que son utilizadas como si fueran particulares del Generalísimo por parte de algunos historiadores y publicistas. Durante la guerra Franco recibía numerosos donativos personales, también los recibía doña Carmen destinados a atender peticiones de ayuda. De lo único que se puede acusar a Franco es de que el procedimiento no fuera muy regular de acuerdo a los modos actuales, pero bastante lógicos para un país en guerra y para un Estado que se tenía que crear casi desde cero en la zona nacional. Franco abrió una cuenta en el Banco de España, luego también en otros bancos, donde se ingresaba ese dinero que figura bajo la denominación de “fondos para donativos a disposición de Su Excelencia el Generalísimo”, que no son fondos particulares de Francisco Franco. Existe la documentación sobre la misma. A esa cuenta hacían aportaciones, después de guerra, empresarios o empresas. Franco atendía con ese dinero las numerosas peticiones que le llegaban de ayuda. También se destinó dinero a la reconstrucción del Alcázar de Toledo y a la edificación del Valle de los Caídos (así lo hizo con el alto remanente que le quedaba de las 500.000 pesetas que la CEDA puso para el levantamiento de julio de 1936). A esas cuentas llegaban también los dividendos de los numerosos regalos que se recibían y que se almacenaban en El Pardo que eran vendidos o repartidos. Por ejemplo el coche con que aparece Carmencita en unas fotos de adolescente, regalado, fue entregado al año siguiente para una subasta benéfica.

A la muerte de Franco su hija y su tío entregaron al Rey la contabilidad y el remanente de la cuenta de fondos a disposición de su excelencia. Lo curioso es que Franco no utilizó nunca esos donativos como arma propagandística y muy pocos tuvieron noticia de ello. Un dinero que nunca salió de los Presupuestos Generales del Estado.

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