Viaje a Alcazarquivir, el pueblo marroquí de los menas

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Asturkick
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Viaje a Alcazarquivir, el pueblo marroquí de los menas

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EL PERIÓDICO visita la población del norte de Marruecos de donde provienen el 30% de los menores migrantes acogidos por la Generalitat

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Unos niños juegan a fútbol en un descampado en un barrio de Alcazarquivir.

Alcazarquivir no es una ciudad cualquiera. No lo es a ojos de la Generalitat. Es la primera ciudad de donde provienen los niños marroquís tutelados por el Govern. De aquí huyen el tercio de los menores migrantes no acompañados que residen en Catalunya. Esta población está viviendo un auténtico éxodo de sus adolescentes. Las familias buscan en la vida europea la solución para que sus hijos puedan estudiar y tener la vida próspera que esta población, a sus ojos, es imposible de brindarles. A pesar de que muchos mueran en alta mar.

Alcazarquivir, de unos 126.000 habitantes, está ubicada en el sur de la region de Tánger-Alhucemas, la zona de Marruecos más cercana al estrecho de Gibraltar. Antes este era una población muy próspera, conocido por ser la puerta de entrada para el resto del país de los productos de contrabando. “Vendíamos productos de Ceuta que para los del sur eran imposibles de conseguir”, explica un vecino, que no quiere dar su identidad por miedo a represalias de las autoridades marroquís. Ahora todo este comercio ha terminado. El mercado existe, pero los lujos de Ceuta han decaído.

De camino a la ciudad ya se avistan los campos de cacahuetes, plantaciones de girasoles o pistachos donde quienes labran son niños que no van a escuela. Sin embargo, el centro del pueblo tiene otro aspecto: bonitas casas con grandes ventanales y balcones. Se ven coches, calles asfaltadas y escuelas que están cerradas por el período estival. Tiene estación de tren, hay taxis y comercios. En la sede de la Administración hay una larga cola de campesinos de pueblos cercanos. “Nos dan dinero si nuestros hijos han ido todo el año a la escuela”, explican.

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Un niño reposa en una calle de un humilde barrio de Kasr-el-Kebir mientras ayuda a su padre a vender productos en el mercado loca

Pero al entrar en los barrios alejados del centro la foto cambia radicalmente. El asfalto se convierte en polvo. Los coches aquí son caballos. Es día de mercado. Las patatas van a 20 céntimos. “Para que te hagas una idea de qué puede pagar la gente”. Y no se ve ni un adolescente. Hay niños, muy pequeños, que ayudan a los padres con las paradas de fruta y verdura. Apenas se avistan cafés o comercios. En una panadería medio vacía una mujer responde orgullosa a una pregunta muy concreta. ¿Dónde están los jóvenes del barrio? “En España”. “Mis hijos están en un centro de Lleida”, añade con una sonrisa. Tienen 14 y 16 años, zarparon hace un año en patera. Se podían haber muerto. “¿Y que tienen aquí, la panadería? Se cumplió la voluntad de Dios. Al menos podrán estudiar y tendrán trabajo digno”.

En Marruecos, y Alcazarquivir no es una excepción, la vida pasa en el café, entre frascos de té con menta. Un dependiente responde a la misma pregunta con la misma respuesta. “No vas a ver muchos jóvenes aquí, todos nuestros chavales están en Europa”. ¿Por qué, es que no hay trabajo? “¿Has visto alguna fábrica, alguna industria? No, todo son campos. Y si la gente no tiene dinero, no va a comprar nada en ningún lado”. Es un pez que se muerde la cola. Los barrios de esta ciudad, las zonas más deprimidas, son fruto del éxodo de los “poblados” cercanos, con una vida mucho más rural.

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Un niño anda solo, junto a la carretera.

Este camarero, que también tiene miedo de hablar con periodistas por las represalias que le pueda ocasionar, pone de ejemplo su vida para demostrar las pocas oportunidades que le brinda su país. “Los padres envían sus hijos porque quieren que tengan vidas como la tuya, no como la mía”. Estudió física y química en la universidad. “Y aquí me tienes, de camarero en el café sirviendo tes todo el día. ¿Te parece normal?”. En el café se ve la televisión. Ahora, solo se puede poner la Copa África. Marruecos fue expulsado en la primera fase. “Aquí nadie quiere el talento, para triunfar te tienes que ir”, dice un cliente que oye la conversación.

De repente, aparece un grupo de tres adolescentes. Van lanzados hacia la barra. Uno viste una camiseta de futbol, los otros camisetas con manga corta, pantalones cortos . “Llévanos a España”, piden. Todos sus amigos están en Barcelona. Muestran sus vidas de éxito a través de las fotos que cuelgan en Instagram. Visten bambas caras mientras posan en el paseo de Gràcia, se ve cómo saltan en una piscina... Los jóvenes marroquís tienen 16 y 17 años. Se miran y fruncen el ceño. “Ellos allí con todo, y nosotros aquí, sin nada”. ¿Estáis dispuestos a ir en una patera? “Tenemos el corazón de hierro”.

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Abdelmajid y Oussama, dos menores que quieren cruzar a España en patera.

El camarero no les disuade. Sonríe y les da ánimos. “Es su sueño, no podemos luchar contra esto”. Explica que estos chicos no son de familias pobres, que sus padres les pueden pagar la universidad y tener una buena vida en Marruecos. “Por eso aún no se han ido”, dice. Pero el efecto llamada es tal que hasta ellos quieren zarpar a Occidente.

El camarero universitario se pregunta por qué a España no le gusta que vengan tantos niños. “Europa es una sociedad envejecida, necesita gente joven que venga a trabajar, les va bien que les enviemos a nuestros jóvenes, ¿no?”. No le caben en la cabeza los brotes racistas, las manifestaciones contra los chicos. “El problema lo tenemos nosotros, que nos quedamos sin nuestros jóvenes”, lamenta. Otro vecino añade: “Es una pena, pero el gobierno marroquí conoce esta huida de nuestra juventud y no hace nada de nada, no les ofrece nada”. Los vecinos confían en que vendrán senegaleses a hacer el trabajo que sus hijos no quieren hacer. Una historia que se repite, y que suena demasiado.

Otro barrio deprimido de esta ciudad es el de Unadhamid. Está en el norte de la localidad. Aquí no hay mercado. Pero la estampa es la misma. Calles sin asfaltar y casas a medio construir. Las gallinas y los caballos campan a sus anchas por el lugar. Los niños corretean por las calles persiguiendo a los animales. Este es un barrio de reciente construcción. En el 2010 las familias de los pueblos cercanos se instalaron en chabolas. Poco a poco, y con mucho esfuerzo, empiezan a construir sus viviendas de ladrillos.

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Unos niños juegan a fútbol en el barrio de Unadhamid, en el norte de Alcazarquivir.

No hay jóvenes. “Cuando los niños llegan a Europa nos ponemos todos muy contentos”, explica una madre. Pero estas calles están también demasiado acostumbradas a las malas noticias. “Constantemente oímos noticias de pateras que han volcado, niños que han muerto y padres que no van a poder enterrar a sus hijos”. Estas son unas calles conocidas por los traficantes de personas. Es habitual ver furgonetas llevándose a los pocos jóvenes que quedan. De hecho, ahora las mafias solo buscan a estos niños, menores y de pueblo. “Somos los que estamos dispuestos a pagar lo que haga falta para mandarles a Europa”, reconoce la misma mujer. Negocio seguro.

>>> https://www.elperiodico.com/es/sociedad ... ra-7571007
"Estamos ante un paradójico caso de odiosos fascistas pacíficos y virtuosos antifascistas violentos"
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