Muere el escritor Juan Goytisolo a los 86 años en Marrakech

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Col. Rheault
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Muere el escritor Juan Goytisolo a los 86 años en Marrakech

Mensaje por Col. Rheault »

Muere el escritor Juan Goytisolo a los 86 años en Marrakech
El narrador barcelonés obtuvo en 2014 el Premio Cervantes
Fue autor de novelas como 'Señas de identidad', 'Juan sin tierra' o 'Makbara'


Javier Rodríguez Marcos
Madrid 4 JUN 2017 - 17:09 CEST

El escritor Juan Goytisolo ha muerto hoy a los 86 años en Marrakech (Marruecos), según ha confirmado la agencia literaria Balcells. En 2014, seis años después de despedirse de la ficción, obtuvo el Premio Cervantes, el más importante de las letras en español. El novelista barcelonés, uno de los autores más cervantinos de la literatura española reciente, lo recibió en Alcalá de Henares luciendo la única corbata que tenía en el armario y dedicando su discurso a los habitantes de la medina de Marrakech, sus vecinos desde que se instalara allí en 1997 con la familia de su amigo, y expareja, Abdelhadi. Hasta ese año, y desde 1956, sus vecinos eran los inmigrantes del Sentier parisino, el barrio en el que vivió con su esposa, la escritora francesa Monique Lange. En París recaló después de abandonar para siempre Barcelona, la ciudad en la que había nacido el 5 de enero de 1931.

Si la muerte de Lange, ocurrida en 1996, marcó su vejez e inspiró la novela que cierra su obra narrativa —Telón de boca (2003)—, su infancia estuvo marcada por otra muerte: la de su madre, Julia Gay, en 1938 durante un bombardeo de la aviación franquista sobre la Ciudad Condal. Aquella desaparición dejaría al cuidado de su padre a los hermanos Goytisolo (Marta, José Agustín, Juan y Luis) y funcionaría como hito sentimental en la obra de los tres varones cuando se convirtieron en escritores.

Debutante como narrador en los años de la literatura social de posguerra —su primera novela, Juegos de manos, es de 1954—, Goytisolo siempre estableció una relación directa entre su abandono del realismo y la asunción de su homosexualidad. A contar esa evolución personal, remontándose a la infancia, consagró en los años ochenta del siglo pasado dos magistrales libros autobiográficos: Coto vedado y En los reinos de taifa.

El verdadero parteaguas de su obra es, sin embargo, una novela prohibida en España hasta la muerte de Franco cuyo título provisional salió de un verso de Luis Cernuda, referente intelectual de Goytisolo junto a autores como José María Blanco White o Américo Castro: Mejor la destrucción, el fuego. El libro se publicó en México en 1966 con un título que haría fortuna: Señas de identidad. Con 35 años, Goytisolo cambiaba la narración tradicional en tercera persona por una suerte de “verso libre narrativo” en la que se mezclan las personas verbales, los tiempos y los materiales hasta formar un collage de estirpe vanguardista. “Señas de identidad nace de la insatisfacción respecto a mi propio trabajo”, decía. “Con los primeros libros había cumplido con mi deber de ciudadano, pero no con mi deber de escritor: devolver a la literatura algo distinto de lo que recibiste. Sin la idea de novedad no hay obra verdadera, y yo no había roto con el canon literario”.

Novelas como Reivindicación del conde don Julián, Juan sin tierra, Makbara, Las virtudes del pájaro solitario o Carajicomedia recurrieron a la experimentación formal para abordar asuntos tan tradicionales como las miserias políticas y literarias españolas, la tradición sufí o la mística sanjuanista. En paralelo, y fruto de sus trabajos para EL PAÍS, Goytisolo fue publicando en forma de libro sus reportajes sobre Argelia, sobre Chechenia o sobre el Sarajevo asediado durante la guerra de los Balcanes. Además de ocuparse de la cara más heterodoxa, libertina y rijosa de la tradición hispánica -de La Celestina a La lozana andaluza-, consagró la serie de documentales para Televisión Española Alquibla a divulgar la cultura musulmana. Siempre tuvo a gala ser el primer escritor español que hablaba árabe desde el Arcipreste de Hita.

Goytisolo vivía en Marrakech con lo que él llamaba su “tribu” —la familia de Abdelhadi— pero nunca dejó de viajar a París para visitar a la hija y a la nieta de Monique Lange o a Barcelona para hacer lo propio con sus sobrinos, de los que hablaba con una devoción doblemente conmovedora en alguien poco dado a las efusiones.

En 2008 publicó El exiliado de aquí y allá, una secuela –“tal vez innecesaria”, decía él mismo- de Paisajes después de la batalla, su novela más parisina. Cuatro años más tarde vio la luz una breve colección de poemas: Ardores, cenizas, desmemoria. En marzo de 2015, semanas antes de recibir el Cervantes de manos del Rey Felipe VI, depositó en la Agencia Balcells un libro inédito con la orden de que se publique 10 años después de su muerte. Cuando se le preguntaba por el contenido, Goytisolo contestaba, lacónicamente, que trata “sobre asuntos sociales y personales”. Nunca una respuesta tan plana habrá retratado mejor la obra de alguien que cruzó hasta el final sus zozobras vitales con las de su tiempo.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/ ... 92092.html

Juan Goytisolo será enterrado en el cementerio civil de Larache (norte de Marruecos), según informaron a Efe fuentes consulares españolas que se han hecho cargo del cadáver.
Goytisolo había dejado claro que quería ser enterrado en Marruecos y que no deseaba que fuera un cementerio católico, con lo que no quedaban muchas opciones, ya que la mayor parte de cementerios son camposantos musulmanes, judíos o cristianos.

La familia "ha considerado que el cementerio civil de Larache es una buena opción", señalaron las fuentes. Allí está enterrado el escritor francés Jean Genet, por quien Goytisolo siempre profesó admiración.

D.E.P.
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Avicena
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Mensaje por Avicena »

Uno grande.

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Col. Rheault
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Mensaje por Col. Rheault »

Por desgracia cada vez somos más pequeños.






Paisaje después de las batallas
Un recorrido por gustos y disgustos de Juan Goytisolo
Era un escritor “algo esquivo, algo receloso, de efusiones difíciles”, según Caballero Bonald


Juan Cruz - Madrid 4 JUN 2017 - 21:09 CEST

La mar de bien. Llamabas a Goytisolo y él respondía en seguida, en París, en Marrakech. A cualquier hora. ¿Cómo estás? “La mar de bien”. Incluso cuando en su vida caían chuzos de punta. “La mar de bien”. En Examen de ingenios, José Manuel Caballero Bonald hace esta definición de su colega: “Era algo esquivo, algo receloso, de efusiones difíciles”. Su viaje al sur le dio alegría, pero siguió siendo allí, junto a la plaza de los muertos, el que dejó España para irse de todas partes. París fue una estación de paso; pero incluso allí fue un extranjero. Era efectivamente Juan Sin Tierra, el hombre que dio una batalla para desaparecer estando. Cuando se rompía un lado de Europa se fue a Sarajevo, con Susan Sontag, a alumbrar las bibliotecas quemadas. Allí trabajaron los dos para darle luz sin balas a Esperando a Godot. En cierto modo él estuvo toda su vida esperando a un Godot que le hiciera regresar a la niñez hundida. España le dolía como un bombardeo inesperado. Su dolor por España se decía con pocas palabras. Su marcha fue su declaración de principios. Y luego fue como si nunca se hubiera muerto Franco. Dejó aquí el dictador su estercolero. Incapaz de decir gritando lo que sentía, Goytisolo lo vertió en palabras nutridas por el espanto y el desafecto que, en el plano privado, destellan como dagas propias en Coto vedado. Era un niño desposeído, mimado y extrañado a la vez, roto, un muchacho roto. Era tan privado, impenetrable. Un paseo con él podía durar horas de silencio. Decía “La mar de bien”. Y callaba.

La plaza. La plaza de Marrakech donde hizo su vida al aire nació hace siglos, pero él la inauguraba cada día, como si la plaza amaneciera con Juan Goytisolo. Él llegaba, caminando como un extremo izquierdo retirado, sus piernas arqueadas, sus chaquetas bien abrigadas, y se sentaba con los contertulios callados. Siglos de silencio mirándose, como Beckett y Joyce mirándose en la Closerie des Lilas en París. Ni una risa. Una especie de timbre automático le resonaba dentro y entonces se levantaba. A comer. El mejor cordero está aquí al lado. Pero tienes que comerlo con las manos. Solo sabe si lo comes con las manos. Tenía la autoridad de los solitarios. En Londres despreciaba los taxis, el metro, los autobuses; en todas partes buscaba refugio al aire libre. En Holborn alguien encontró un día un telegrama actual, de 1977, enviado por un tal Blanco White a cualquier sitio. Debía ser un descendiente de aquel solitario expelido por España, José María Blanco White, con el que dialogaba sobre el exilio y la nada, ambas soledades. Él creyó que ese telegrama amarillo era un fantasma del pasado de España comunicándose con él. Su regocijo duraba un instante, como el regocijo de los viejos tristes. Luego seguía su viaje, circunspecto, esquivo, receloso, dándole vueltas a las plazas en las que ya había estado. En la plaza de Marrakech se relajaba. Era otro y el mismo, alerta, sus manos sobre las rodillas como para volar. Rodeado de afectos, estaba solo, sus ojos eran solos, él era esquivo, receloso, Juan desposeído. Daban ganas de abrazarlo, aunque tenías la conciencia de que, quizá, cuando llegaras a su cuerpo, ya él habría escapado.

Esquivo. Ese carácter que con tanta eficacia describe Caballero Bonald le convirtió en un solitario, en un ave de nariz curva que oteaba peligros que a veces hacía grandes. Era de pocos amigos, y de amistades muy fuertes, una a una. Era capaz de dar guantazos por algunos escritores con los que no tuvo nada que ver, solo porque los encontraba solos, o a su lado. Esta es una anécdota que observé: había preparado un texto sobre de su amiga Susan Sontag. Al sentarse en el restaurante donde ambos comían en Madrid se enteró de que EL PAÍS había encargado esa reseña a otra persona y allí mismo hizo añicos el papel. Luego juntó las piezas, el texto apareció aquí, como el otro que también se había preparado. Un día observó en México que a un amigo no le hacían el coro que él prescribía. Y armó la marimorena. Pero Juan podía ser así, marchaba detrás de su idea con una fidelidad que a veces daba una mezcla de respeto y recelo: ¿aceptará que le diga esto o lo otro? Podía ser, también, capaz de una ternura medida, como la que cuenta Javier Rodríguez Marcos en su biografía. Pero en la escritura y en la expresión corporal o verbal era como un cuchillo preciso que podía ser a la vez concluyente y letal. Un ave solitaria que también se posaba sobre los baldíos y que desde allí expandía abrazos que también lo hicieron especial, tan cariñoso como podía ser un tímido sin cura. Acaso por todo eso, porque era así Juan Goytisolo, cuando lo llamabas y decía “La mar de bien” pensabas que quizá había alcanzado una cima de felicidad, el sosiego que no pudo tener nunca. Pero no era así. Ese “la mar de bien” era lo más cerca que estaba de la paz cuando le sonaba el teléfono y se despertaba en él el lejano sentimiento de que una vez tuvo una patria.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/ ... 18233.html
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