La aviación y el cambio climático.
Publicado: 12 Ene 2020 15:16
Según la aerolínea Lufthansa, menos del 3% de sus pasajeros adquieren el programa de compensación de emisiones de CO2 que la aerolínea ofrece durante el proceso de compra del billete. Esto es una tónica habitual: aunque hace 10 añso que existen estos programas, consistentes en financiar la plantación de árboles para que absorban las emisones de CO2 generadas durante el viaje, la conciencia de los usuarios y el uso son mínimos. A la gente le suda la polla el CO2 porque lo que quieren es un billete barato, punto. Gastarse 2 o 3 euros extra es i-na-cep-ta-ble.
Y sin embargo, la aviación tiene un papel importante en el cambio climático y está en una situación delicada después de que el activismo ecologista la ha puesto en el punto de mira por las emisiones de los aviones. Hoy pro hoy los aviones funcionan con combustibles fósiles y de cara al futuro es poco probable que se puedan electrificar los grandes aviones de pasajeros. Kilo por kilo, el combustible químico es la solución perfecta en cuanto a eficiencia y seguridad. La energía contenida en un kilo de queroseno de aviación (uno de los derivados más pesados del petróleo, disponible en cantidades inmensas comparado con la gasolina o el diésel) necesitaría, hoy por hoy, 5 kilos de baterías eléctricas, y esas bateríais son tremendamente peligrosas ya que en ellas se almacena toda la energía, mientras que el queroseno sólo almacena un tercio de la energía que produce (el resto lo provee el oxigeno atmosférico). A ellos se añade que la única forma de meter electricdad en una batería es creando estructuras químicas (por ejemplo, cristales) muchísimo más inestables que un simple hidrocarbono que arde cuando le enchufas oxígeno y energía. Cuanto más inestable es la estructura, más energía almacena por peso, pero más tiende a soltar esa energía de manera intempestiva y en forma de calor en vez de electricidad.
Resumiendo, que la aviación necesitará, tarde o temprano, combustibles de origen orgánico, los llamados biocombustibles. Convertir biomasa en hidrocarburos líquidos es posible mediante procesos químicos bien conocidos pero que requieren mucha más energía que simplemente perforar un pozo y bombear hidrocarburo fósil. Y alguien tendrá que pagar esa diferencia si queremos seguir viajando por el aire sin cargarnos el único clima que hemos conocido en toda nuestra historia (y un buen cacho de la prehistoria).
¿Cómo repercutir al pasajero ese incremento de precio? Lo fácil sería creando un impuesto, como ya han propuesto algunas voces. Sin embargo, los impuestos tienen un efecto colateral, y es que benefician a las aerolíneas más baratas, lo cual significa aquellas que joden más a sus pasajeros y empleados por un céntimo.
Es fácil comprender, si pones un impuesto del 40% a tu billete de Mierdair que cuesta 25 €, con el impuesto serán 35, mientras que con Legalair la diferencia será pasar de 100 a 140 euros. Así que el Homo Garrulus tomará el billete de Mierdair y se quejará cuando la calidad brille por su ausencia, aún más que cuando no había impuesto. Lo que no hará será comprar billetes a Legalair, que se irá la mierda.
La solución existe pero va contra el dogma de fe de la "libre competencia". Tenemos la suerte de que hubo una vez en que ya vivimos en un mundo donde las tarifas aéreas eran fijadas por los gobiernos y era imposible comprar un billete por menos de X dinero, siendo X una cantidad que daba buenos sueldos y condiciones a las tripulaciones, buenos aviones hechos con prioridad en la calidad sobre el coste para las aerolíneas y un entorno de viaje donde el homo garrulus se quedaba en su casa sacándose las pelotillas de entre los dedos de los pies porque no podía pagarse un billete de avión.
Ese mundo terminó en la década de los 70, cuando se liberalizaron las rutas aéreas y con ellas las tarifas en EE.UU., y al final (con 20 años de retraso) Europa se apuntó a la idea. Nació la aerolínea "low cost" y la aviación moderna con sus precios, servicios y derechos menguantes.
Si se quiere que la aviación haga la transición al biocombustible, alguien deberá pagar por ello. Y ese alguien será el público, y la forma de hacerlo es mediante tarifas mínimas reguladas. Aunque vaya contra el dogma liberal, la realidad es que homo garrulus lleva 40 años sacrificando la calidad por el precio y hace lo mismo con impacto ecológico de sus viajes de ocio. Dar la victoria a las aerolíneas que joden al pasajero y los empleados por un céntimo más acabará solucionando el problema ecológico de la aviación por el simple método de que nadie querrá ser transportado como un saco de mierda y la demanda caerá mientras la idea de una aviación de calidad a su justo precio quedará para las batallitas de los abuelos.
Y sin embargo, la aviación tiene un papel importante en el cambio climático y está en una situación delicada después de que el activismo ecologista la ha puesto en el punto de mira por las emisiones de los aviones. Hoy pro hoy los aviones funcionan con combustibles fósiles y de cara al futuro es poco probable que se puedan electrificar los grandes aviones de pasajeros. Kilo por kilo, el combustible químico es la solución perfecta en cuanto a eficiencia y seguridad. La energía contenida en un kilo de queroseno de aviación (uno de los derivados más pesados del petróleo, disponible en cantidades inmensas comparado con la gasolina o el diésel) necesitaría, hoy por hoy, 5 kilos de baterías eléctricas, y esas bateríais son tremendamente peligrosas ya que en ellas se almacena toda la energía, mientras que el queroseno sólo almacena un tercio de la energía que produce (el resto lo provee el oxigeno atmosférico). A ellos se añade que la única forma de meter electricdad en una batería es creando estructuras químicas (por ejemplo, cristales) muchísimo más inestables que un simple hidrocarbono que arde cuando le enchufas oxígeno y energía. Cuanto más inestable es la estructura, más energía almacena por peso, pero más tiende a soltar esa energía de manera intempestiva y en forma de calor en vez de electricidad.
Resumiendo, que la aviación necesitará, tarde o temprano, combustibles de origen orgánico, los llamados biocombustibles. Convertir biomasa en hidrocarburos líquidos es posible mediante procesos químicos bien conocidos pero que requieren mucha más energía que simplemente perforar un pozo y bombear hidrocarburo fósil. Y alguien tendrá que pagar esa diferencia si queremos seguir viajando por el aire sin cargarnos el único clima que hemos conocido en toda nuestra historia (y un buen cacho de la prehistoria).
¿Cómo repercutir al pasajero ese incremento de precio? Lo fácil sería creando un impuesto, como ya han propuesto algunas voces. Sin embargo, los impuestos tienen un efecto colateral, y es que benefician a las aerolíneas más baratas, lo cual significa aquellas que joden más a sus pasajeros y empleados por un céntimo.
Es fácil comprender, si pones un impuesto del 40% a tu billete de Mierdair que cuesta 25 €, con el impuesto serán 35, mientras que con Legalair la diferencia será pasar de 100 a 140 euros. Así que el Homo Garrulus tomará el billete de Mierdair y se quejará cuando la calidad brille por su ausencia, aún más que cuando no había impuesto. Lo que no hará será comprar billetes a Legalair, que se irá la mierda.
La solución existe pero va contra el dogma de fe de la "libre competencia". Tenemos la suerte de que hubo una vez en que ya vivimos en un mundo donde las tarifas aéreas eran fijadas por los gobiernos y era imposible comprar un billete por menos de X dinero, siendo X una cantidad que daba buenos sueldos y condiciones a las tripulaciones, buenos aviones hechos con prioridad en la calidad sobre el coste para las aerolíneas y un entorno de viaje donde el homo garrulus se quedaba en su casa sacándose las pelotillas de entre los dedos de los pies porque no podía pagarse un billete de avión.
Ese mundo terminó en la década de los 70, cuando se liberalizaron las rutas aéreas y con ellas las tarifas en EE.UU., y al final (con 20 años de retraso) Europa se apuntó a la idea. Nació la aerolínea "low cost" y la aviación moderna con sus precios, servicios y derechos menguantes.
Si se quiere que la aviación haga la transición al biocombustible, alguien deberá pagar por ello. Y ese alguien será el público, y la forma de hacerlo es mediante tarifas mínimas reguladas. Aunque vaya contra el dogma liberal, la realidad es que homo garrulus lleva 40 años sacrificando la calidad por el precio y hace lo mismo con impacto ecológico de sus viajes de ocio. Dar la victoria a las aerolíneas que joden al pasajero y los empleados por un céntimo más acabará solucionando el problema ecológico de la aviación por el simple método de que nadie querrá ser transportado como un saco de mierda y la demanda caerá mientras la idea de una aviación de calidad a su justo precio quedará para las batallitas de los abuelos.